miércoles, 3 de septiembre de 2014

Borges habla de Kafka, o del pasado que está por venir

Los primeros capítulos de un libro, la aparición de un nuevo personaje, anticipan ciertas líneas posibles de desarrollo que están previstas en los tópicos de que se sirve el autor para dar comienzo. Como la pistola de Chejov, que cita Murakami en 19Q4, que, una vez aparecida, deberá en algún momento ser disparada; como el jugador de Dostoievski, que anuncia en el título al personaje que triunfará y fracasará sucesivamente en la ruleta del juego y de la vida. Sin embargo, la pistola podría no ser disparada y permanecer en un cajón al alcance del protagonista que nunca la usará pero cuenta con ella, y el jugador podría haber triunfado en la ruleta, o sufrir el desencanto del juego viendo el vergonzoso comportamiento de la sensata duquesa atrapada en el desenfreno y la ruina caprichosa de buena parte de su fortuna, aunque ambas soluciones nos habrían extrañado, demasiado sencillas. El anuncio de la historia no es suficiente para alcanzar la certeza de una comprensión tranquilizadora o aburrida del relato. El contador de cuentos juega con las imprevisiones que no se anuncian, desafiando al lector -y sospecho que al propio autor-, rompiendo la lógica de los lugares comunes mediante soluciones no anticipadas. Será el devenir de los sucesos narrados el que complete el sentido que, de algún modo, ya estaba anunciado en el inicio de la intriga, aunque esto sólo lo sepamos cuando ya es demasiado tarde.

Como nuestras relaciones sociales y nuestra biografía son también relatos que están por ser escritos, en donde la intuición de los comienzos se incumple, o no, en determinados cierres narrativos, también podemos pensar del tiempo sociológico que el sentido de los sucesos deberá ser completado en otro momento posterior. Sólo el tiempo lo dirá, es la expresión común que se utiliza en estos casos.

En su alucinante propuesta de precursores de la obra de Kafka, Borges enumera una diversidad de pequeños relatos de los que apenas podemos suponer que Kafka tuviera noticia, si es que tuvo alguna. La lista, lejos de ser caprichosa, parece el fruto de cierto modo en que Borges se sorprende ante la lectura de pasajes tan alejados en el tiempo y el estilo que el propio autor concluye que sólo pueden ser relacionados entre sí porque en algún momento devendrán en Kafka, o en la lectura borgiana de Kafka, pues es aquí donde se encuentran parecidos imposibles e interpretaciones originales en la tal variedad de fuentes inconexas. El sentido de tan variadas obras, si es que alguna vez lo tuvo, se produce en el cierre que Borges propone para la historia de los precursores. Ahora lo comprendo, decimos cuando el devenir de los acontecimientos nos hace mirar con ojos nuevos a sucesos inconexos que nos han acontecido en el tiempo y que nunca habrían estado relacionados entre sí de no haber sucedido el futuro desde el cual cerramos la interpretación, hasta el punto de poder afirmar no sólo que cada escritor crea a sus precursores, como afirma Borges, sino que cada tiempo reinventa su pasado, y que los pasados son tantos como líneas narrativas pueden ser reclamadas desde los imprevistos futuros por venir, convirtiendo a todo pasado en una suerte de futuro que nunca llega a su conclusión, siempre presto a ser otra vez concluido en la imaginación de cada lector dispuesto a crear el sentido de lo que fue, pero que aún no ha sido. Así, es lícito decir del pasado que aún no ha dejado de suceder, o que todavía no ha sucedido, o que nunca sucederá.