lunes, 10 de noviembre de 2014

El destino de Borges

Borges sueña con un hombre muy viejo que existía antes del sueño, apenas puede entrever la imagen de sus ropas gastadas, algunos rasgos de su ajada fisonomía simplificada por los años como una certera sentencia. Un hombre antiguo, venido no de un lugar, sino de un tiempo. Imagina que el viejo habrá estado presente en múltiples acontecimientos, que su presencia habrá determinado el devenir de múltiples sucesos, como cada uno de nosotros somos determinantes anecdóticos de las vidas de muchos que cruzan nuestro camino. Aunque no somos capaces de recordar dónde y con quiénes coincidimos, nuestra presencia habrá servido para iniciar historias, cambiar rumbos, marcar los hitos biográficos de nuevas vidas, de nuevas muertes. Borges imagina la repetición de un hombre que aparece en momentos cruciales de muchas biografías, que quizá estuviera presente en la muerte de Sócrates, prestara una daga para el asesinato del César, quizá entregara a Alejandro una reveladora moneda en un país lejano del Oriente, quizá acompañara la llegada de Guillermo el Conquistador a las costas de Bretaña o pensara la muerte de un rey noruego en tierra inglesa.

Borges sospecha que el sueño es una inversión de la realidad y que, en un tiempo que se repite, el sueño sólo es posible porque ya antes ha sido soñado, y que él mismo no es sino un poeta que un hombre milenario habría soñado en un lejano futuro de un país allende los mares. Ambos, soñante y soñado, se encuentran en un almacén perdido en medio del sur argentino, dentro del delirio de otro hombre insignificante que muere en una clínica de Buenos Aires mientras imagina una muerte épica digna de incorporarse a una trama gauchesca. En su historia se unen la dalia y el hierro.

Quizá ansioso por su descubrimiento, Borges revisa los gruesos tomos de la Enciclopedia Británica y visita bibliotecas en busca de algún registro perdido que guarde memoria del enigmático personaje. Lo descubre finalmente en las multitudes del Punjab, en un texto del viajero Rudyard Kipling, presente en una inverosímil ejecución donde el pueblo castiga a un funcionario malvado que ha perpetrado atrocidades con los culpables y con quienes no lo eran. Vuelven a encontrarse y ahora traban conversación. El viejo lo mira a los ojos una sola vez, y con palabras calculadas menciona una duda crucial: saber si la casa está edificada en el infierno o en el cielo.

Por más que conjura al viejo en un nuevo relato, el enigma del sueño persiste. Cuántas veces Borges habrá de soñar el anuncio de una muerte antes de saber que se enfrenta a su trágico destino, si es por fin su momento o si habrá de insistir en un relato que volverá a ser soñado por alguien innumerables veces.