Si hay un motivo de asombro en la naturaleza es el modo en que las cosas todas se resisten a dejar de ser. Por mucho que uno quiera interrumpirlas, desaparecerlas, anularlas, detenerlas, ellas continúan en su ser, en su marcha o en su mera presencia. No es mérito del humano ni del concepto reconocer este suceso: es la pertinaz insistencia de las cosas en seguir siendo la que nos deslumbra, nos golpea, nos reclama. Como en el poema, la piedra quiere eternamente ser piedra y el tigre un tigre (Borges). Creo que a esta noción abstracta del insistir en ser podemos aplicarle en propiedad el término voluntad.
Metafóricamente, algo así como una afirmación de sí, desde sí, una explosión de vida, un ímpetu, un ánima, tanto en los seres a los que llamamos vivos como en cualesquiera otros, inanes o metafísicos, físicos, bióticos o simbólicos. Decimos precisamente de las cosas que son, es decir, que no dejan de continuo de seguir siendo. Trata de ocultar la luz con un objeto opaco, y la verás explender en sus contornos; trata de frenar el avance del animal, y lo verás empujar, luchar, huir, concentrarse en el ataque; trata de apagar el fuego, y lo verás revivir en los rescoldos; trata de desintegrar la pura piedra, y la verás, hecha polvo, resbalar entre tus manos. Si tuviéramos que atribuir a algo el rango de Ley, con mayúscula, sería al constante empeño de la voluntad de ser.
Esta voluntad ubicua, de la que también nosotros participamos, podemos reconocerla en nuestra propia imposibilidad de permanecer quietos, de anularnos incluso en el ejercicio lógico de la conciencia, cuando, a duras penas, conseguimos detener la marcha del mundo que incesantemente nos reclama para los mil y un quehaceres que usualmente nos ocupan. Escuchar el silencio de uno mismo es un acto cuya realización se agota en el mero imaginarlo conceptualmente, en el borde del intento por cumplirlo, pues basta con que anuncie o que apunte su llegada, para que el todo de uno mismo se mueva, se afane, reviva y siga siendo.
Este seguir siendo, entendido también como posición lógica de partida, en el apenas comenzar posterior al apenas encontrarse en silencio, se antoja como ímpetu o impulso no atado a propósito, sin necesidad de objeto o motivo que lo justifique o lo explique, sin más telos que seguirse. Desatado, pues asoma antes de toda atadura. Frente a la noción de libertad negativa, del movimiento lógico de negar el mundo para comenzar a ser uno mismo, quisiera ver en este ímpetu sin destino ni razón la idea de una libertad positiva, de un punto de partida en el que el humano queda dispuesto para salir al mundo, para ser en el mundo propiamente, sin intermediación, de manera absolutamente libre.
Es desde esta libertad desde la que nos ponemos frente al otro y frente al mundo, desde la que nos ofrecernos para iniciar la convivencia, para crear la intersubjetividad pública, para ser junto a los otros en un modo de ser conjunto que no puede, en ningún momento, en ninguna forma, reducir nuestra condición humana de seres libres, o voluntariosos, o, sencillamente, dispuestos a continuar siempre una y otra vez por nosotros mismos.
Metafóricamente, algo así como una afirmación de sí, desde sí, una explosión de vida, un ímpetu, un ánima, tanto en los seres a los que llamamos vivos como en cualesquiera otros, inanes o metafísicos, físicos, bióticos o simbólicos. Decimos precisamente de las cosas que son, es decir, que no dejan de continuo de seguir siendo. Trata de ocultar la luz con un objeto opaco, y la verás explender en sus contornos; trata de frenar el avance del animal, y lo verás empujar, luchar, huir, concentrarse en el ataque; trata de apagar el fuego, y lo verás revivir en los rescoldos; trata de desintegrar la pura piedra, y la verás, hecha polvo, resbalar entre tus manos. Si tuviéramos que atribuir a algo el rango de Ley, con mayúscula, sería al constante empeño de la voluntad de ser.
Esta voluntad ubicua, de la que también nosotros participamos, podemos reconocerla en nuestra propia imposibilidad de permanecer quietos, de anularnos incluso en el ejercicio lógico de la conciencia, cuando, a duras penas, conseguimos detener la marcha del mundo que incesantemente nos reclama para los mil y un quehaceres que usualmente nos ocupan. Escuchar el silencio de uno mismo es un acto cuya realización se agota en el mero imaginarlo conceptualmente, en el borde del intento por cumplirlo, pues basta con que anuncie o que apunte su llegada, para que el todo de uno mismo se mueva, se afane, reviva y siga siendo.
Este seguir siendo, entendido también como posición lógica de partida, en el apenas comenzar posterior al apenas encontrarse en silencio, se antoja como ímpetu o impulso no atado a propósito, sin necesidad de objeto o motivo que lo justifique o lo explique, sin más telos que seguirse. Desatado, pues asoma antes de toda atadura. Frente a la noción de libertad negativa, del movimiento lógico de negar el mundo para comenzar a ser uno mismo, quisiera ver en este ímpetu sin destino ni razón la idea de una libertad positiva, de un punto de partida en el que el humano queda dispuesto para salir al mundo, para ser en el mundo propiamente, sin intermediación, de manera absolutamente libre.
Es desde esta libertad desde la que nos ponemos frente al otro y frente al mundo, desde la que nos ofrecernos para iniciar la convivencia, para crear la intersubjetividad pública, para ser junto a los otros en un modo de ser conjunto que no puede, en ningún momento, en ninguna forma, reducir nuestra condición humana de seres libres, o voluntariosos, o, sencillamente, dispuestos a continuar siempre una y otra vez por nosotros mismos.