miércoles, 24 de enero de 2018

Date tu libertad, si quieres

Debes darte a ti mismo tu libertad. Si esperas que alguien te la dé, no es libertad, sino manumisión, y sueñas quizá con desprenderte de tus ataduras por la graciosa intervención de un tercero, al que sirves voluntariamente bajo la promesa de, ya veremos, algún día, liberarte. Aquí no hay gracia, ni libertad, ni nobleza alguna, sino esclavitud, sumisión, y un falso razonamiento que sólo se sostiene por estupidez o por interés, y así el tonto que confía en la mano bondadosa que le estrangula, pues algún día dejará de hacerlo, o el pícaro que disimula agazapado esperando su momento no de alcanzar la libertad, sino el poder de obligar a otros bajo su mano.

La libertad no es objeto, ni estatuto legal (si la ley me hace libre, tramposa, ella misma me somete), sino posición ante el mundo, la que asume el que ignora las propuestas mundanas, las alternativas predefinidas, los fáciles recorridos del éxito público, todos los pactos de Fausto. Si me indicas un camino y lo recorro, no hay libertad. Si me dictas los objetivos que debo conseguir, los valores que deben servirme de referencia vital, los modos de ser que me darán una vida previsible, no hay libertad. El concepto de libertad es estricto, todo o nada, no se es libre a medias, ni siervo a ratos. El siervo de un momento es siervo de por vida; el hombre que se libera es ya por siempre libre.

El problema es que no nos gusta, o no entendemos, o nos aterra lo que ofrece la libertad, que es literalmente nada. O eso pensamos sin pensarlo verdaderamente. La masa es burda, pero cálida; el poder es implacable, pero ardiente, erótico, y el estatus social mulle nuestro ego vanidoso y pobre, por eso hace frío en la soledad, en la difícil expectativa de no tener expectativas previstas, la amenaza del fracaso público, la invisibilidad de no contar en las cuentas de los que echan las cuentas, los mercaderes del templo, nuestros amigos y hermanos, nuestros compañeros, nuestros amos. Lo que halles (lo que hoyes) en la libertad está en tu mano, y sólo en tu mano, en eso consiste la libertad.

Si quieres ser libre, prepárate para un largo invierno a solas, y alégrate cuando encuentres a alguien tan perdido como tú, porque habrás encontrado a una persona.

Puedes ser libre, no te engañes, no hagas como si fueras un tonto, un memo, un simple (¿lo eres?), no disimules como si la cosa no fuera contigo porque tú estás seguro en el interés (allá tú con tu mundo de esclavos, y pobres los que compartan contigo esclavitud convencida). A cuántos habrás engañado después de engañarte a ti mismo, a cuántos habrás mentido porque es mejor así, mintiendo, sin más principios ni más dignidad que ser un modelo de mentiras, rey desnudo ante una corte de lacayos en pelota.

Si quieres ser libre, si estás dispuesto al frío del invierno a solas, al aislamiento, al fracaso público, debes darte a ti mismo la libertad, debes darte a ti misma la libertad. Debes mirar al otro cara a cara, de tú a tú, a todo otro, al que te mira a los ojos tanto como al impersonal que se presenta como la voz autorizada del grupo, de la moral, de la cultura perversa y mal entendida, pues no hay en ellos ética, ni belleza, ni cultura viva, sino disimulo barato, truco de trilero. Mírale a los ojos y dile serenamente NO. Es un ejercicio sencillo, practica el NO. Niega su verdad mentirosa, sus propuestas interesadas, sus consejas tramposas, niega su versión del mundo, niega su mundo, es sencillo, pues su mundo sólo es la gran mentira que él cuenta, que todos cuentan por nuestro bien, que es el suyo y sólo el suyo, no te engañes, si te invitan a las comodidades de su mundo, sólo es para que lo agrandes para ellos, para que lo puebles de siervos sobre los que ellos puedan destacarse y gobernar. Basta con eso, es sencillo, sólo una mirada serena a los ojos, distante, un desprecio educado, y un NO rotundo y sonoro, viril, convencido, inflexible. Basta con eso, es sencillo, también tú puedes hacerlo.

Y prepárate entonces para el invierno largo que te espera.