Cuando los hijos crecen, marchan; cuando los discípulos se cansan de escuchar nuestras historias repetidas, marchan; cuando el artista encuentra la magia de sus propios pinceles, marcha. Cuando lo que viene después llegue y tome consciencia de su propia fuerza, marchará también. Cada uno emprende su propia marcha, y así puede realizarse en sus propias maneras. Nosotros, los anteriores, seremos entonces el sino de otro tiempo, el que toca olvidar, del que hay que desprenderse, el que hay que transformar para que los siguientes puedan ser íntegramente, con entereza, arriesgándose a sus propias decisiones, seguros de ser señores de un tiempo nuevo en el que nosotros no estaremos. Es absurdo que yo pretenda proyectar sobre el futuro la larga y tenebrosa sombra de mi influencia. No he luchado por la libertad para imponer a los que vengan la esclavitud de mi nombre. Mi nombre será el olvido.
Los siguientes recordarán el pasado mítico, pero el mito nunca fue la fuerza ancestral que nos gobierna, sino la confirmación de un presente que está siempre por venir. Seremos referencias imaginarias en el sentir de un nuevo tiempo que siempre se contará a sí mismo en primera persona, en acto (energeia). Para afirmarse, nos negará, y hará de nuestra negación la muestra orgullosa de su imperio, de su vitalidad. Su vida y nuestra muerte son el mismo juego. Pasaremos no porque sea nuestro deseo, que siempre será permanecer con entereza, incluso frente a nuestra buena muerte, sino porque los siguientes marcarán el paso, ellos serán el único paso que retumbe su eco sobre la tierra, y el eco de nuestras voces disminuirá hasta perderse en el ruido de fondo de un cosmos que sigue su marcha alegre y confiado. Este es mi deseo para mis hijos: seguid en vuestra vida alegres y confiados.
Igual que no tengo legitimidad ninguna para imponerme sobre los demás (no porque me falten fuerzas, sino porque mi voz solo puede hablar de mí), no la tengo para imponerme sobre los que vendrán. Ellos revivirán el mundo a su manera, en eso consiste la vida. Vivir históricamente es una decisión de una época que comenzó a terminar (Spengler), y no hay razón para esperar que los siguientes decidan vivir en la memoria de nosotros. Quién sabe cómo será su voz, ni su mundo. Quién puede entender los actos de sus hijos si no se convierte en hijo, si no abjura de sí mismo y de su pasado para volver a ser aprendiz ingenuo, más convencido de sí mismo cuanto más ignorante, pues el saber nos envejece, madurar nos desgarra, amar nos desilusiona, pensar nos convierte en estatuas inmóviles, seguros sólo de la duda, de la mentira, de la ficción, de la historia con sus confusos aprendizajes. Mala carga trasladaríamos a los siguientes si echamos en sus espaldas nuestra tristeza y nuestros desengaños, porque ningún yugo es fácil, ninguna carga ligera.
No disputaré con nadie contra su vida, igual que no dejaré que nadie dispute contra la mía. Mi libertad exige la libertad de los demás, para que en ellos cobre vida un mundo como lo cobra en mí, por mí. No me dejaré ser reescrito. Para que mi voz no me olvide, la callaré ante todos. Así, ellos podrán hablarse con su propia voz. No derrumbarán mis obras, no edificarán sus moradas sobre las mías, porque ya no estaré en ellas, ni ellas sin mí. No les denunciaré ante el tribunal de la memoria, no me personaré en ninguna causa. No podrán conmigo porque no sabrán de mí, y así yo no tendré que defenderme. No les acusaré por querer vivir, y así no habrá historia, vencedores ni vencidos. Una muerte digna para una vida que quiso también ser digna.
Han de venir tiempos terribles, nuevos bárbaros conquistarán la tierra, aprenderán a vivir y a morir su vida, cantarán a otra época, a otros valores, con otras melodías que nunca escucharé. Si deben ser juzgados por la historia, que respondan ellos de sus actos. Yo sólo soy responsable de los míos, así que no hablaré en su nombre, ni a su favor ni en su contra. Esta debería ser mi única herencia: aprende a olvidar para ser señor de ti mismo. A esto llamamos vida. Y no deberíamos negársela a los demás, tampoco a los que vengan después.
Los siguientes recordarán el pasado mítico, pero el mito nunca fue la fuerza ancestral que nos gobierna, sino la confirmación de un presente que está siempre por venir. Seremos referencias imaginarias en el sentir de un nuevo tiempo que siempre se contará a sí mismo en primera persona, en acto (energeia). Para afirmarse, nos negará, y hará de nuestra negación la muestra orgullosa de su imperio, de su vitalidad. Su vida y nuestra muerte son el mismo juego. Pasaremos no porque sea nuestro deseo, que siempre será permanecer con entereza, incluso frente a nuestra buena muerte, sino porque los siguientes marcarán el paso, ellos serán el único paso que retumbe su eco sobre la tierra, y el eco de nuestras voces disminuirá hasta perderse en el ruido de fondo de un cosmos que sigue su marcha alegre y confiado. Este es mi deseo para mis hijos: seguid en vuestra vida alegres y confiados.
Igual que no tengo legitimidad ninguna para imponerme sobre los demás (no porque me falten fuerzas, sino porque mi voz solo puede hablar de mí), no la tengo para imponerme sobre los que vendrán. Ellos revivirán el mundo a su manera, en eso consiste la vida. Vivir históricamente es una decisión de una época que comenzó a terminar (Spengler), y no hay razón para esperar que los siguientes decidan vivir en la memoria de nosotros. Quién sabe cómo será su voz, ni su mundo. Quién puede entender los actos de sus hijos si no se convierte en hijo, si no abjura de sí mismo y de su pasado para volver a ser aprendiz ingenuo, más convencido de sí mismo cuanto más ignorante, pues el saber nos envejece, madurar nos desgarra, amar nos desilusiona, pensar nos convierte en estatuas inmóviles, seguros sólo de la duda, de la mentira, de la ficción, de la historia con sus confusos aprendizajes. Mala carga trasladaríamos a los siguientes si echamos en sus espaldas nuestra tristeza y nuestros desengaños, porque ningún yugo es fácil, ninguna carga ligera.
No disputaré con nadie contra su vida, igual que no dejaré que nadie dispute contra la mía. Mi libertad exige la libertad de los demás, para que en ellos cobre vida un mundo como lo cobra en mí, por mí. No me dejaré ser reescrito. Para que mi voz no me olvide, la callaré ante todos. Así, ellos podrán hablarse con su propia voz. No derrumbarán mis obras, no edificarán sus moradas sobre las mías, porque ya no estaré en ellas, ni ellas sin mí. No les denunciaré ante el tribunal de la memoria, no me personaré en ninguna causa. No podrán conmigo porque no sabrán de mí, y así yo no tendré que defenderme. No les acusaré por querer vivir, y así no habrá historia, vencedores ni vencidos. Una muerte digna para una vida que quiso también ser digna.
Han de venir tiempos terribles, nuevos bárbaros conquistarán la tierra, aprenderán a vivir y a morir su vida, cantarán a otra época, a otros valores, con otras melodías que nunca escucharé. Si deben ser juzgados por la historia, que respondan ellos de sus actos. Yo sólo soy responsable de los míos, así que no hablaré en su nombre, ni a su favor ni en su contra. Esta debería ser mi única herencia: aprende a olvidar para ser señor de ti mismo. A esto llamamos vida. Y no deberíamos negársela a los demás, tampoco a los que vengan después.