El diccionario de la Academia define temperamento, en su primera acepción, como carácter, manera de ser o de reaccionar de las personas. Definir temperamento como carácter de la persona, poco nos dice, pues también estamos interesados en averiguar la significación íntima de la palabra carácter desde sus orígenes, y más tarde trataremos de ella. Parece más valiosa para nosotros la segunda parte de la acepción, la manera de ser o de reaccionar de las personas. El ser de la cosa es el cómo ella se muestra ante nosotros (Heidegger), y remite a la idea de presencia, de cómo la cosa es presente (fenómeno), en qué consiste (esencia), y en qué consiste su devenir y cambio. Cuando decimos “manera de ser de las personas”, no introducimos ningún elemento conceptual de orden físico (corporal) o psíquico, responsable en último término de la manera de ser. Sólo decimos que la persona se muestra de un modo determinado; por ejemplo, en el comportamiento, en el gesto, en la actitud, términos todos ellos limitados a una caracterización descriptiva de lo que es visible en la acción o en el modo de estar de la persona, sin que con ello hagamos ninguna atribución a características o rasgos del psiquismo, o del alma, que supuestamente tendrían un papel agente en las dichas maneras de ser. Es decir, según nuestra definición actual, el temperamento, dicho en la manera más pulcra y libre de cargas semánticas añadidas, se refiere a algo de lo que hay en nuestra manera de presentarnos ante los demás.
Vayamos con los antiguos. El diccionario latino-español de Don Raimundo de Miguel define el término temperamēntum del siguiente modo:
tempĕrāmēntum (de tempĕro). Cic. Temperamento, temperatura, mezcla, proporción de diversas calidades en el cuerpo mixto; Complexión, constitución, disposición proporcionada de los humores; Cic. Moderación, modo, término. [...] Oratiōnem habŭit meditāto temperamento, Cæs., pronunció un discurso lleno de estudiada reserva. Egregĭum principātus temperamēntum, Tac., Condiciones morales que constituyen un buen príncipe. [...] Temperamēntum tenēre, Plin., Guardar la debida moderación.
Destaca la idea de la mezcla y proporción de los elementos que componen el cuerpo mixto; después, de manera derivada, la correcta proporción de los humores en la persona. Fijémonos en los ejemplos que se aducen. Don Raimundo traduce el término temperamento como “estudiada reserva” y “guardar la debida moderación”, y lo hace con el apoyo de Cicerón, del cual nos llega el temperamento como moderación, modo, término. Se sugiere así que, ya desde época clásica, el temperamento trata sobre el temperamento moderado, o lo que podríamos entender como templanza o atemperamiento en la acción, que son palabras de la misma familia semántica. Este significado se refuerza en la expresión de Plinio, temperamēntum tenēre, donde tener es lo mismo que nosotros decimos retener, contener o detener, refrenarse el que quisiera dejar rienda suelta al arrojo o al coraje del momento, pero se contiene para no hacer mayores males con sus actos. Ténganse todos –alza la voz Don Quijote en la Venta–; todos envainen; todos se sosieguen; óiganme todos, si todos quieren quedar con vida (I-45). Retengan la violencia y la fuerza, sosieguen el animoso espíritu, etc. Plinio sugiere la idea de moderación doblemente: en cuanto temperamēntum, y en cuanto tenēre.
Nos llega otra sugerencia interpretativa en el egregĭum principātus temperamēntum, de Tácito, que vemos traducido como condiciones morales que constituyen un buen príncipe. Aquí debemos entender lo moral en su sentido etimológico, como el ámbito de las costumbres y manera de vivir, es decir, como los modos de comportarnos que usualmente tenemos en sociedad. El temperamēntum es nuevamente interpretado como el modo de ser de la persona, en cuanto su temple y moderación al afrontar la acción que realizan, y Don Raimundo entiende que, cuando Tácito habla del temperamento del egregio principado, piensa el temperamento en referencia a ciertas maneras concretas, entre las cuales posiblemente se incluyera la moderación del ánimo, la prudencia o la evitación de todo tipo de excesos. Cierta contención en la manera de ser; en esa idea se resume la semántica del temperamento, tal como interpretamos de la definición de Don Raimundo. Subrayémoslo, la palabra temperamento no nombra las maneras, ni el ser, sino la contención del ánimo y la moderación del juicio.
Aún debemos aclarar las acepciones que traducen el término como temperatura, las que lo identifican sencillamente con la mezcla de elementos de un cuerpo compuesto, y las que lo relacionan con la mezcla de los humores. Vayamos con ellas. De tempĕrātūra, dice Don Raimundo, con Vitrubio, temperatura, mixtura, temple. Temperatura es femenino singular y neutro plural de tempĕrātūrus, participio de futuro de tempĕro, cuya primera acepción es templar el hierro. Temperatura indica la idea de cómo ha de quedar temperado o templado el metal, cómo se templa el hierro candente cuando se lo enfría en agua, y después se lo devuelve al fuego, para ir ganando su justa tensión, la que le haga al mismo tiempo más fuerte y más resistente. No se trata de la idea de temperatura como calor, sin más, que es una acepción derivada, sino de ir encontrando el justo temple en el proceso de compensar el calor del fuego con el frío del agua, y viceversa, repetida veces, moderándose mutuamente, atemperándose, pues ni el frío ni el calor se bastan por sí solos para la forja del metal.
La temperatura y el temperamento son cuestión de tempo, de tempus, que es la voz de donde proviene tempĕro. Pero también tempĕro es contener, refrenar, reprimir (Horacio), o guardar la debida moderación (Virgilio), y esto aplicado figurativamente a contextos diferentes (contener las aguas, contener la violencia, contener la lengua...). De esa misma idea, tenemos en español la temperancia y la templanza, ambas como moderación, sobriedad y continencia (DRAE). Y también tempĕro es preparar, combinar, disponer, componer (Plinio), por ejemplo, un veneno o un ungüento; y también dirigir, organizar, gobernar la tierra, los mares, las naves o las ciudades. Reina en todas ellas la idea de la sabia combinación de los elementos, encontrando el punto en el que, moderadas sus mutuas fuerzas, causen la virtud del veneno o de la nave que surca el mar en su mejor manera.
La significación ha derivado, pues, desde el tiempo, o el tempo ordenado que lleva al buen temple, hasta la idea de justa combinación de los elementos para lograr la mayor virtud de una acción o de una sustancia. En el ámbito específico del gobierno de la persona, la virtud está en hallar esta misma moderación, que habla derivadamente de la sabia mezcla entre arrojo y freno, entre ser atrevido y ser comedido, arriesgar o contenerse, y que bien podríamos denominar prudencia. No se trata de una derivación moderna, pues ya desde la antigüedad griega se pensaba esta misma moderación del carácter a través de la teoría de los humores, que también Don Raimundo trae a colación, para quien temperamēntum es, como hemos visto, disposición proporcionada de los humores.
Tomando ideas que se hunden en el pasado mitológico, aunque razonadas según el nuevo modo de los filósofos, Empédocles formuló la teoría de los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego), que después tomó Hipócrates para trasladarlos a los cuatro humores corporales, con los que se corresponden. A finales del mismo siglo (IV a.C.), Teofrasto, entre otros, relacionaron la preponderancia de cada uno de los humores con un tipo característico: colérico, melancólico, sanguíneo y flemático. Ya desde entonces, queda establecida la correspondencia entre el balance de los humores (interior, fisiológico) y el carácter, tal como se muestra en la acción y los rasgos anatómicos exteriores (las actitudes, el color de la piel, de los ojos, la temperatura del cuerpo...). No es otra la teoría de la correspondencia que encontramos en la definición latina, pues los saberes médicos griegos pasaron con Galeno al mundo romano, y tuvieron vigencia hasta el Renacimiento, y aún más allá.
Sin embargo, queda claro que temperamento es la sabia mezcla de los elementos, en su justo temple, y que, de ahí, es también moderación y templanza en el gobierno de uno mismo. No hay pues cuatro temperamentos, sino uno sólo: el justo y en el modo apropiado. Lo que se llama temperamento colérico, por ejemplo, no es temperamento, sino desviación del mismo, porque prepondera en su mezcla la bilis amarilla, o el fuego. Sólo hay un temperamento, y cuatro desviaciones tipo (colérico, melancólico...). Y tampoco el temperamento es la acción o el comportamiento en sí mismo, sino su gobierno moderado. El temperamento es la moderación en las maneras de ser, pero no se confunde con ellas, puesto que se trata siempre de la moderación en la combinación de los humores. Lo que sucede cuando hablamos de cuatro temperamentos, es que confundimos ambas cosas con el mismo nombre, aun siendo diferentes, e incluso que tendemos más bien a asimilarlo a la segunda, pues ya vimos cómo las citas de autor de la definición prescindían de toda referencia al balance de los humores interiores.
Del mismo modo, cuando definimos el temperamento como la manera de ser de la persona (DRAE), o cuando hablamos de un temperamento fuerte y robusto, por ejemplo, acepción común en nuestras lenguas, estamos realizando el mismo desplazamiento semántico, tomando la parte por la parte, perdiendo de vista que el temperamento, primero, es una cuestión de humores corporales, y segundo, es la moderación o el justo temple de su combinación. En los diccionarios latinos clásicos y medievales, la distinción está clara, y temperamento es siempre sinónimo de temperatura, de templanza y de temple en la combinación, sea de manera general (en el metal, por ejemplo, o en la preparación de una sustancia, como hemos visto), o aplicada a la combinación de los humores corporales; y sólo de manera derivada, también el gobierno prudente de uno mismo. La confusión se registra en las lenguas modernas, una vez que hemos perdido la familiaridad con la teoría de los humores, pero que aún nos queda en el habla popular y técnica la palabra temperamento, para caracterizar las maneras de ser de la persona. No se puede concluir que la usemos mal, puesto que la significación que le damos está implícita en la concepción clásica del término, y hay consenso en el uso pragmático que le damos; pero sí que la usamos sin propiedad, y que el hablante de hoy ha perdido por completo el marco de la familia semántica histórica a la que pertenece.