martes, 13 de mayo de 2014

Libertad como principio radical

La libertad es un principio radical irrenunciable, no hay componendas a las que pueda prestarse, no hay cesiones posibles que no la perviertan y obliguen a renunciar a ella. Ceder un mínimo espacio de libertad es perderla en su expresión radical. La libertad no tiene una definición positiva, no se es libre por hacer las cosas de un modo o de otro, pues estamos sujetos a complejos sistemas normativos (sociedad=nomos≠libertad) y determinaciones que no sólo estrechan nuestros márgenes de comportamiento libre, sino que definen a priori cuáles son los espacios en los que pueden ser tomadas las decisiones, creando una aparente posibilidad de libertad que no casa con el principio radical. La libertad sólo puede tener una definición negativa, la capacidad efectiva para rechazar cualquier imposición venida desde otros (desde cualquier otro particular, pues el Otro sólo es una apelación retórica situada de algún otro particular con pretensiones de imposición); ser libre es decir NO cuando no se desea aceptar la influencia o la propuesta del otro, y decir DÉJAME EN PAZ cuando el otro insiste en sus intentos de imposición. Decirle al otro que nos seguir nuestro camino, nuestras vidas, no es una expresión ofensiva ni desagradable; es la petición serena, decidida y respetuosa al otro, que es un igual en el ejercicio del principio radical, de que cada uno podamos seguir en nuestras cosas con la tranquilidad que merecen.

Como principio radical, obliga radicalmente: no tiene sentido alguno tratar de imponer, convencer, aconsejar, influir o condicionar al otro en nombre de una libertad compartida ni de cualquier otro valor deseado (la comunidad, el pueblo, el bien común, la paz social, la felicidad, el éxito social). Se puede intentar, por supuesto; incluso puede que las intenciones, las promesas y los resultados del intento de influencia o imposición sean loables, comprensibles o beneficiosas (hay que discutir que significan cada uno de estos términos, en sí mismos espacios vacíos de sentido). Pero el precio es la libertad, que en su definición radical no admite concesión alguna.

"Pues yo niego el derecho del pueblo a ejercer tal coacción, sea por sí mismo, sea por su Gobierno. El poder mismo es ilegítimo. El mejor Gobierno no tiene más títulos para él que el peor. Es tan nocivo, o más, cuando se ejerce de acuerdo con la opinión pública que cuando se ejerce contra ella." (John Stuart Mill, Sobre la libertad)