martes, 8 de julio de 2014

Ficción y realidad de Borges y Ugolino

“Reconsideremos la escena. En el fondo glacial del noveno círculo, Ugolino roe infinitamente la nuca de Ruggieri degli Ubaldini y se limpia la boca sanguinaria con el pelo del réprobo. Alza la boca, no la cara, de la feroz comida y cuenta que Ruggieri lo traicionó y lo encarceló con sus hijos. Por la angosta ventana de la celda vio crecer y decrecer muchas lunas, hasta la noche en que soñó que Ruggieri, con hambrientos mastines, daba caza en el flanco de una montaña a un lobo y sus lobeznos. Al alba oye los golpes del martillo que tapia la entrada de la torre. Pasan un día y una noche, en silencio. Ugolino, movido por el dolor, se muerde las manos; los hijos creen que lo hace por hambre y le ofrecen su carne, que él engendró. Entre el quinto y el sexto día los ve, uno a uno, morir. Después se queda ciego y habla con sus muertos y llora y los palpa en la sombra; después el hambre pudo más que el dolor.” (Borges, sobre el verso 75 del canto penúltimo del Infierno de Dante. En Nueve ensayos dantescos, 1982.)

La discusión se centra en la última expresión, bien si Ugolino comió la carne de sus hijos o murió finalmente de un hambre más poderosa que el dolor de verse encerrado y muertos los suyos. Las dos interpretaciones son posibles, y el verso, de naturaleza sintética y no denotativa, se convierte en un modo de transmisión que prima la sugerencia por encima de la evidencia. Borges lo soluciona decantándose hacia este carácter ambiguo y abierto del verso, donde lo importante no es decir lo que sucedió sino sugerir posibles interpretaciones abiertas para el lector.

El mundo del arte, cuyo terreno natural es la insinuación, la ambigüedad no del todo calculada del autor, la ambigüedad sugerente del lenguaje, la polisemia y las connotaciones, o la apertura hermenéutica imprevista, las cosas no son de ninguna especie categórica: son y no son unas y diversas al mismo tiempo, en una intemporalidad revisable, del mismo modo que la imaginación recuerda por igual lo pasado y lo futuro, ambas formas de una irrealidad presente. El juego de las interpretaciones, que es fácil de asumir en la materia de la poesía, es radicalmente negado en la historia, el derecho o las ciencias, presas de un realismo no menos idealista. Pero, nuestra vida se desenvuelve en una poetización a través de la cual vemos y nos vemos en una continua reescritura/relectura, que es más una apertura de lo posible inimaginado que el cierre de una semántica biunívoca o una lógica perfecta que todavía sueñan algunos filósofos y no menos científicos. Resueltos en la ambigüedad paradójica de las categorías, también nosotros y nuestro mundo somos más una ensoñación ambigua, un inconcreto de apariencia momentáneamente concreta donde ninguna elección está fundamentada más allá de los tópicos y las ideologías, y todas engendran consecuencias que aún deben ser soñadas acaso en algún futuro que creerá haber desvelado el misterio de lo que fuimos, mientras nos inventará en nuevas intrigas donde volver a ser vividos.

El falso problema es plantear la alternativa sueño/realidad como objeto de la discusión. A Borges le importa menos lo que deba ser lo real, y se entretiene en el sueño y la poesía, donde el verso de Ugolino ya no es un problema, sino un artificio necesario del poeta (la ambigüedad del texto como técnica poética, sugerir significados alternativos en lugar de cerrar la interpretación del lector). Yo, cegado por las preguntas presocráticas, no veo en la realidad sino otra materia del sueño y la poesía, y el problema no es falso, sino que el artificio poético apunta a una incuestionable realidad donde la mentira es necesaria para crear un mundo.

De Ugolino tapiado hasta morir, nada sabemos, y tampoco del Dante, que sólo es un rostro de perfil en un lienzo antiguo y la sombra que se intuye detrás de unos versos. Dante, Borges y Ugolino no son sino nombres en un papel. Lo que nos conmociona no es la conversación que se establece entre ellos, ni siquiera el posible acto -sugiere Borges que “negar o afirmar el monstruoso delito de Ugolino es menos tremendo que vislumbrarlo”-, sino el encabalgamiento de los versos que anticipa y culmina en la insospechada conclusión, el hambre pudo más que el dolor, no menos eficaz por ambigua. Igual que Dante crea las condiciones para aumentar nuestra sospecha, así la obstinada realidad ha dado tantas muestras de resistir a nuestro entendimiento, que estamos dispuestos a acogernos a la sospecha encerrada en una conclusión ambigua -lo increíble no es que haya algo, sino que no haya nada-, y no sólo aceptamos que la duda sobre la realidad es razonable, sino que, suponiéndola verdadera, dejamos que nuestra imaginación teórica la desarrolle, y el resultado es creíble y fascinante. Nuestro tiempo está lleno de ejemplos.

Poco importa la realidad que cabe en las palabras, sino la sospecha de que ante nosotros se despliega una ilusión, un vacío de materia desde lo micro hasta lo macro, en el tiempo y en el espacio, hasta el extremo de volver confusos e ilegítimos los conceptos en que imaginamos su despliegue -verdad y mentira, realidad y fantasma-, pues el vacío carece de dimensiones en las que fundar nuestra certeza.

“Un libro es las palabras que lo componen”, y así hemos venido a entender que un mundo es las palabras con las que es contado. El falso problema oculta una falsa solución, la pretensión de realidad de una supuesta referencia histórica que se cuela entre las opciones en disputa. Como el crimen perfecto de Baudrillard, centramos la discusión en el problema, cuando el problema se encuentra en la estrechez dual de las posibles soluciones: ficción o realidad, dando valor de alternativas a lo que no es sino la conjunción necesaria para mantener la conversación, o el poema, o nuestro mundo.


Jean-Baptiste Carpeaux (1862)
Ugolino y sus hijos (detalle)