Somos un número en las previsiones electorales, somos un número de manifestantes y contramanifestantes, un número en la pequeña mayoría silenciosa y en la gran minoría visible. Somos un número de residentes, de inmigrantes, de turistas, un número en las cifras macroeconómicas. No tenemos rostro, ni deseo, imaginación, voluntad, insomnios. Somos un número de espectadores en el share televisivo. Somos un número de likes al final de un texto como este, un número de amigos que nunca hablan en las redes sociales. Somos números en una fila uniformada, todos iguales, cada número igual a otro hasta formar la masa informe de los números. Somos un número en los cálculos del estratega que busca aumentar el número de adeptos y reducir el número de desafectos. Nuestra vida importa un carajo más allá del número. Somos un número de usuarios, de clientes, de IP, una coordenada de google, un número de móvil. Ellos no gobiernan personas, manejan los números que somos, movilizan números que nunca sabemos cuántos son, mienten hasta en el número. Somos el número de votantes que repiten una consigna, el número de votantes que legitiman una mentira, cualquier mentira. Numberland, Numeralia, apátridas en el Estado virtual de los que tienen números de ciudadanos, de clases activas y clases pasivas, de hablantes de una lengua, de residentes de una región, de hastiados de un régimen que se arrojan a los brazos del hastío de otro. Somos un cálculo de riesgo en las previsiones del seguro, un número de hipoteca, un número de visitas en una página web, un número de nacimientos y de muertes en las páginas de sucesos. Somos una interminable sucesión de números fragmentados, rotos por fuera, descosidos por dentro.
Nuestra opinión no importa, sólo es un número en una encuesta de opinión. Nuestra identidad no importa, sólo es un número en un documento de identidad, en una tarjeta de crédito, en una tarjeta de socio, un número de cliente, un porcentaje de acierto, el gato de Schrödinger sin gato y sin Schrödinger.
Somos igual que ellos, que son sólo un número de diputados, de miembros de un consejo de administración, de grandes y pequeños empresarios, de autores y editores, sólo el número interminable de los amamantados, los apesebrados, los que pacen rumiantes en la hierba de los números nacionales, supranacionales, antinacionales, desnacionalizados en la imposible nación de los que no hemos nacido ni naceremos.
La ciencia es aritmética hipotético-deductiva, la psicología es aritmética de la personalidad, la sociología es aritmética de las masas y las poblaciones, el derecho es un número en el código de Hammurabi, la política un número en el ejército de la infantería sin cerebro, un número sin tristeza de muertos colaterales. Aritmética simple, mera suma, mera resta. Ya no hay magia, ni religión, ni belleza, ni ideología, sólo geometría de las inundaciones del Nilo, teorema del triángulo, número pi, factura en negro, ticket de compra, número de serie.
Odiamos el número de los otros, nos dejamos arrastrar a la guerra de los números binarios, el uno contra el dos, tú contra mí, él contra ella, pares contra impares, números racionales contra números irracionales. Civilización del número, espejismo cálculo de la modernidad post, moral matemática, clínica estadística, justicia administrativa del protocolo y el punto de corte, cultura de los números naturales desnaturalizados, uno más uno, más uno, más uno ad infinitum númera, hasta la innumerable conclusión orwelliana de la china de mao, de la rusia de stalin, de la europa del euro, de las naciones unidas donde no hay personas, sólo naciones y naciones sin nación que aspiran a ser naciones con nación, sólo con nación, sin habitantes, sólo con sillón y diplomacia, con un buen sillón y una mala diplomacia. Teatro número del mundo, tragicomedia de los números y los molinos de viento, non fuyades, que un solo número es el que os acomete.
Entre tanto, escribimos versos sin contar las sílabas, amamos sin contar los minutos ni los días, lloramos sin contar las lágrimas, reímos sin contar los golpes del diafragma. No importa cuántos somos, solo que estamos aquí, ocultos bajo el disfraz del número. Aquí, donde ellos no llegan porque el número no les deja mirarnos. Ingobernables, hemos muerto equidistantes, al margen, cuchicheando sin hacer ruido, libres para nada, para todo. Es bueno que así sea.
Nuestra opinión no importa, sólo es un número en una encuesta de opinión. Nuestra identidad no importa, sólo es un número en un documento de identidad, en una tarjeta de crédito, en una tarjeta de socio, un número de cliente, un porcentaje de acierto, el gato de Schrödinger sin gato y sin Schrödinger.
Somos igual que ellos, que son sólo un número de diputados, de miembros de un consejo de administración, de grandes y pequeños empresarios, de autores y editores, sólo el número interminable de los amamantados, los apesebrados, los que pacen rumiantes en la hierba de los números nacionales, supranacionales, antinacionales, desnacionalizados en la imposible nación de los que no hemos nacido ni naceremos.
La ciencia es aritmética hipotético-deductiva, la psicología es aritmética de la personalidad, la sociología es aritmética de las masas y las poblaciones, el derecho es un número en el código de Hammurabi, la política un número en el ejército de la infantería sin cerebro, un número sin tristeza de muertos colaterales. Aritmética simple, mera suma, mera resta. Ya no hay magia, ni religión, ni belleza, ni ideología, sólo geometría de las inundaciones del Nilo, teorema del triángulo, número pi, factura en negro, ticket de compra, número de serie.
Odiamos el número de los otros, nos dejamos arrastrar a la guerra de los números binarios, el uno contra el dos, tú contra mí, él contra ella, pares contra impares, números racionales contra números irracionales. Civilización del número, espejismo cálculo de la modernidad post, moral matemática, clínica estadística, justicia administrativa del protocolo y el punto de corte, cultura de los números naturales desnaturalizados, uno más uno, más uno, más uno ad infinitum númera, hasta la innumerable conclusión orwelliana de la china de mao, de la rusia de stalin, de la europa del euro, de las naciones unidas donde no hay personas, sólo naciones y naciones sin nación que aspiran a ser naciones con nación, sólo con nación, sin habitantes, sólo con sillón y diplomacia, con un buen sillón y una mala diplomacia. Teatro número del mundo, tragicomedia de los números y los molinos de viento, non fuyades, que un solo número es el que os acomete.
Entre tanto, escribimos versos sin contar las sílabas, amamos sin contar los minutos ni los días, lloramos sin contar las lágrimas, reímos sin contar los golpes del diafragma. No importa cuántos somos, solo que estamos aquí, ocultos bajo el disfraz del número. Aquí, donde ellos no llegan porque el número no les deja mirarnos. Ingobernables, hemos muerto equidistantes, al margen, cuchicheando sin hacer ruido, libres para nada, para todo. Es bueno que así sea.