Estamos llegando tarde a nuestro futuro. Desde que las gentes del Occidente se desviven por reinventarse, por innovar, por hacer del ingenio el valor de lo genuino en el ser humano, lo porvenir no deja de llegarnos en golpes, a veces en oleadas, y siempre nos pilla a contrapié, desavisados. Lo nuevo se instala entre nosotros imprevisto, y seguimos en nuestras vidas repetidas sin darnos cuenta de cómo nuestros espacios vitales o mentales, nuestro mundo y sus símbolos, se pueblan de objetos desconocidos que vienen a nuestro encuentro, sin que, las más de las veces, nos encontremos con ellos. Pasamos y morimos, en pequeñas dosis o definitivamente, pensando en lo que vendrá, anhelándolo o temiéndolo, siempre enfrascados en lo que ha de llegar, en lo que andamos esperando, porque toda nuestra tarea es prepararnos siempre para lo que venga después, aquello que perseguimos, nuestro objetivo, lo proyectado. Tan pendientes de nuestro futuro, de lo que habrá sido, cuando sea, que no vemos lo que ya es sido, lo que está siendo, lo siente vivo que nos llega, que adviene hasta nosotros, toca en nuestra puerta, se instala entre nosotros, y va dejando el poso de lo vivo, la huella de lo que es. En nuestro acelerado tiempo, es común afirmar que el futuro ya está aquí, pero esta es una frase del pasado.
Y ya cuando miramos al mundo, sin nuestros anteojos existenciales, sólo vemos la letra muerta de las hojas caídas, del tiempo huido, de las ruinas arrasadas y melancólicas, allí donde estuvimos sin darnos cuenta, donde ya no podremos estar cuando nos demos cuenta. Y así estamos ciegos para lo que nos rodea, para lo vivo que aún no ha terminado de llegar, que aún no tiene forma para ser dicho y recordado, lo bello de las cosas que están viniendo al ser desde la idea, y aún no han llegado a la muerte en el concepto. Pero, si hay algo vivo que mirar, si hay algo en nosotros y nuestros pequeños mundos a lo que llamar vida, es eso, lo que aún no apreciamos porque no sabemos mirarlo, porque no se deja mirar con los ojos familiares, y exige de nosotros una atención diferente, una mirada serena hacia ningún sitio, lejos de la búsqueda, ingenua, abierta hacia el encuentro.
Este es el territorio de los márgenes. Gran parte del siglo XX lo ha pretendido, muchos continúan intentando llegar a él, sin aprenderlo, inapropiable, inaprehensible, lo impresentable que se presenta. Lo llaman con distintos nombres, pero todo es nada, vanitas, hueco, negrura barroca y luminosa que rodea la imagen y se extiende al fondo. El margen es el lugar que nadie sabe mirar, lo que hay más allá de todo, la promesa de lo que ha de venir, de acceder, de acontecer. Tiempo de adviento, de aventura, muchos aún soñamos, siglo XXI, con quedar al margen, en el armónico silencio que nadie escucha, en lo sublime rotundo que sólo puede ser intuido, que sólo se presta, secreto, al sueño y al delirio, y exige de nosotros el éxtasis, el abandono de uno mismo, de todo tiempo y de todo mundo, para llegar a ser, para llegar al Ser que nos ha sido prometido.
No hay teoría sino en la práctica, no hay vida sino en lo que está por nacer, no hay verdad sino en lo que aún debe desvelarse, no hay ser humano sino en el riesgo de no llegar, aunque los muertos nos inspiren un respeto trágico y una infinita ternura. Frente a la condena de estar vivos en un mundo repetido, homogéneo, presente que pasa, la huida silenciosa, sin marco, sin recuerdos, sin discursos, sin cuentos, para que podamos celebrar la vida, existirnos en ella, y así volver, una y otra vez, a la cuna de nuestros padres, a ser historia de nuevo, más allá de lo que vino después, en los márgenes de lo que está llegando, a solas frente al mundo que amanece, aurora más allá de lo postrero, marginalia sin lector, testigo único.
Es necesario que no entendamos. Este es el inicio.
Y ya cuando miramos al mundo, sin nuestros anteojos existenciales, sólo vemos la letra muerta de las hojas caídas, del tiempo huido, de las ruinas arrasadas y melancólicas, allí donde estuvimos sin darnos cuenta, donde ya no podremos estar cuando nos demos cuenta. Y así estamos ciegos para lo que nos rodea, para lo vivo que aún no ha terminado de llegar, que aún no tiene forma para ser dicho y recordado, lo bello de las cosas que están viniendo al ser desde la idea, y aún no han llegado a la muerte en el concepto. Pero, si hay algo vivo que mirar, si hay algo en nosotros y nuestros pequeños mundos a lo que llamar vida, es eso, lo que aún no apreciamos porque no sabemos mirarlo, porque no se deja mirar con los ojos familiares, y exige de nosotros una atención diferente, una mirada serena hacia ningún sitio, lejos de la búsqueda, ingenua, abierta hacia el encuentro.
Este es el territorio de los márgenes. Gran parte del siglo XX lo ha pretendido, muchos continúan intentando llegar a él, sin aprenderlo, inapropiable, inaprehensible, lo impresentable que se presenta. Lo llaman con distintos nombres, pero todo es nada, vanitas, hueco, negrura barroca y luminosa que rodea la imagen y se extiende al fondo. El margen es el lugar que nadie sabe mirar, lo que hay más allá de todo, la promesa de lo que ha de venir, de acceder, de acontecer. Tiempo de adviento, de aventura, muchos aún soñamos, siglo XXI, con quedar al margen, en el armónico silencio que nadie escucha, en lo sublime rotundo que sólo puede ser intuido, que sólo se presta, secreto, al sueño y al delirio, y exige de nosotros el éxtasis, el abandono de uno mismo, de todo tiempo y de todo mundo, para llegar a ser, para llegar al Ser que nos ha sido prometido.
No hay teoría sino en la práctica, no hay vida sino en lo que está por nacer, no hay verdad sino en lo que aún debe desvelarse, no hay ser humano sino en el riesgo de no llegar, aunque los muertos nos inspiren un respeto trágico y una infinita ternura. Frente a la condena de estar vivos en un mundo repetido, homogéneo, presente que pasa, la huida silenciosa, sin marco, sin recuerdos, sin discursos, sin cuentos, para que podamos celebrar la vida, existirnos en ella, y así volver, una y otra vez, a la cuna de nuestros padres, a ser historia de nuevo, más allá de lo que vino después, en los márgenes de lo que está llegando, a solas frente al mundo que amanece, aurora más allá de lo postrero, marginalia sin lector, testigo único.
Es necesario que no entendamos. Este es el inicio.