1. Nombrar es asignar una
palabra a una realidad o una posibilidad. Nombramos las cosas con el
sustantivo, nombramos las acciones con el verbo, nombramos las cualidades con
el adjetivo, nombramos la orientación verbal con las preposiciones, nombramos
el vínculo con las conjunciones, etc. El nombre designa, o señala, y también
define y delimita, señala los límites finales que distinguen lo que es de lo
que no es la cosa. Es lo mismo nombre que palabra. Denominar (lat. denominare, nombrar) es encontrar la
palabra que corresponda a la realidad, fáctica o posible, que quiere ser
representada en el lenguaje. Primero, la realidad, después el nombre, que siempre
es el nombre de algo. Ningún algo sin
nombre que lo diga, ningún nombre sin
algo que decir.
2. En términos clásicos, la
sustancia es el primer género del Ser, del cual se predican los demás géneros
(la cantidad, la cualidad, la acción, la relación...). Substante es lo que permanece en sí y por sí, al margen de sus
accidentes. El sustantivo da nombre al ente, a lo que es en cada caso de manera clara y distinta, al objeto, a la
cosa real, dicho con palabras que pertenecen a distintas épocas filosóficas. Este vaso, esta mesa. El
sustantivo da nombre a las cosas que están ahí a nuestro alrededor y, de manera
derivada, el sustantivo sustantiva lo
que no es sustancia, aunque sí materia semántica, y así, la conjunción sustantiva
el vínculo, la preposición la orientación de la acción, aunque, dicho en
términos estrictos, esto no son sustancias, o sólo por analogía, sino
accidentes. También los accidentes son, y por tanto merecen nombre, aunque
ellos no se sostienen por sí, sino que siempre son en referencia a algo
sustancial que sostiene su valor semántico. La conjunción no es sin sus
términos, la preposición sin su verbo, el pronombre sin su nombre de referencia,
etc.
3. El verbo da nombre a la
acción, que puede ser de diversos modos. Primero, la acción ontológica, representada mediante los verbos ser, estar,
haber y parecer. La cosa es significa
que ella está haciendo por ser, que está ahí siendo lo que ella sea. Haber de ser es la acción primordial de
todo ente, porque ser siempre es seguir siendo. Segundo, la acción nominal o atributiva, con la que
nombramos los atributos adjetivos de una sustancia. Por ejemplo, la cosa es algo, es blanca, es hermosa, es
débil, etc. Es la propia acción ontológica, que ahora se determina por sus
accidentes, y no por su propia voluntad de seguir siendo. Ser cualquier cosa
significa que su manera de ser, en la acción de seguir siendo, está determinada
por una cualidad adjectiva. Tercero,
la acción transitiva, en la que un
algo cualquiera actúa o hace sobre otro algo diferente, el cual sufre, recibe o
padece la acción, y así, el perro come carne, el árbol arroja sombra sobre el
riachuelo, yo escribo estas notas, etc. En todos estos casos, una realidad
dinámica, en movimiento, kinética,
queda denominada por un verbo. En cierto modo, se sustancia, y así vemos la escena del perro protagonizada por la
acción de comer, y no por el algo al que llamamos perro y el algo al que
llamamos alimento. No vemos al perro y el alimento, como entidades en un vacío, sino al perro comerse el alimento. En un giro semántico y filosófico, el nombre sustantivo se
convierte en accidente del nombre verbal, en lo que no deja de ser una nueva
formulación del dilema eleático: sólo lo que pasa es.
4. La flexibilidad de las
palabras es inherente al lenguaje. Es un fenómeno antiguo, que se registra ya
en los orígenes de nuestro más antiguo pasado lingüístico indoeuropeo, donde
los filólogos afirman que los nombres sustantivos y los verbos forman parte de
las mismas familias de raíces, lo que se traduce en la práctica en que, con una
ligera variación fonética enclítica, por sufijación o por prefijación, todo
verbo se convierte en sustantivo, todo sustantivo en verbo. Así, de perrear, perreo; de cantar, cantante; de comer, comida;
y al contrario, de perro, perrear, de
humano, humanizar, de teléfono, telefonear, etc. Basta escoger bien los
afijos. En unas, el hablante fija la realidad en su aspecto estático; en las
otras, en su aspecto dinámico; si bien, siendo estrictos, toda realidad es al
mismo tiempo estática y dinámica, según el aspecto donde fijemos la vista.
5. Los sustantivos deverbales son
los nombres sustantivos construidos por derivación de un verbo, como los
mencionados. Son nombres sustantivos de dudoso derecho, pero eficaces en su
función. Su virtud es ayudarnos a fijar nominalmente una realidad estática, de
cosas, inscrita en una realidad dinámica, de acciones. De todos los casos
posibles, tomemos dos como modelo: los sustantivos
de agencia, cuya forma de construcción es el sufijo latino -tor (en castellano lo usamos como -tor y como -dor, con una suave variación fonética); de ahí, conductor, el que conduce, o sembrador, el que siembra, etc. Y los sustantivos deverbales abstractos
construidos con el sufijo latino -or,
y así, amor es el nombre del amar, calor del calentar, etc. El primer modelo
da nombre al ente sustantivo, cosa o sustancia que protagoniza la acción, pero
sólo en cuanto hace algo: el cantor
es un ente (una persona, un pájaro...), pero sólo en cuanto canta, y sin la referencia
verbal, queda en nada, o ha de buscarse en otra parte el nombre que lo
sustantive. El segundo da nombre a la acción, y las cosas que en ella suceden
quedan implícitas, y hablamos del amor
en abstracto (el amor es dulce y terrible, etc.), aunque todo amor sea siempre de alguien que ama algo, según la
diátesis completa del verbo transitivo: alguien hace algo a alguien (aquí, hacer
como verbo puro), en eso consiste todo hacer
(aquí, como sustantivo deverbal abstracto).
6. Fijémonos ahora en los
participios del verbo, fuente de toda una variedad de formas sustantivadas. El
participio es inicialmente una forma verbal, dice algo de la acción concreta
que sucedió, sucede o sucederá. Su valor derivado primario es adjetival,
califica a un nombre sustantivo: así, la fiera comida por los buitres, o el trofeo conseguido por los atletas, donde comida y conseguido califican a
los sustantivos fiera y trofeo (y otros, la tierra prometida, el tocino salado,
etc.). Fijémonos en el primer caso, donde lo
comido (adjetivo) se convierte en la
comida (sustantivo) de los pájaros. La comida está sosa o salada, está a
punto o le falta un hervor. La comida es el contenido de la olla, cuyo nombre
sustantivo podría ser arroz o potaje. Lo que yo quisiera subrayar aquí, y esa
es la tesis de este breve comentario, es que sólo puede ser llamada comida, en
cuanto forma parte semántica del comer, y sólo en la acción expresada por el
verbo comer toma sentido llamar al arroz comida, y no arroz sencillamente, o
paella. La comida dice que el arroz
fue comido, o que pronto lo será. Si quedamos para una comida, no podemos sino
imaginarnos comiendo llegado el momento. Sólo por metonimia, la parte por el todo, la comida es también la cosa que se come.
7. El participio de pasado da
nombre a la acción en tiempo perfecto, o hecho consumado. Hecho (participio de pasado de hacer)
dice que lo que se estaba haciendo ya terminó de hacerse: roto es lo que ha sido dañado, pasado
es lo que ya pasó, escrito lo que ha quedado
en palabras sobre el papel. En todas ellas escuchamos con facilidad el sentido
sustantivo (un roto, el pasado, un escrito), aunque nos cueste oír con igual
facilidad el sentido verbal (lo roto en el romperse algo, lo pasado en el pasar
del tiempo, lo escrito en el escribir), que, sin embargo, está siempre
presente. Y esto es de suma importancia para sostener nuestra tesis: el verbo
sustancia o sustantiva una parte de la realidad de manera diferente al nombre
sustantivo canónico, y fija para nosotros la acción como un suceso que sucede,
y ello nos brinda la posibilidad, riquísima en implicaciones, de mirar la
realidad no como un conjunto de cosas (sustancias), sino como un conjunto de
sucederes, de acciones que suceden, dando primacía ontológica a la acción sobre
la cosa.
8. Lo mismo los participios de
presente y de futuro. Podemos oír en el primero el sentido verbal: brillante el sol, presidente la sesión, que en castellano decimos también con el
gerundio (brillando el sol esta
mañana, presidiendo la sesión el
diputado más longevo); y oímos con facilidad tanto el sentido adjetivo (la
perla brillante, la señora presidente) como el sustantivo (un brillante, el presidente). Cantante en cuanto canta, tronante en cuanto truena,
detonante en cuanto detona, sustantivos deverbales con los que damos nombre al
agente de la acción (equivalente a la construcción en -tor: cantor, tronador, detonador). También del participio de
presente, en este caso del ablativo plural, con sufijación latina en -ntia, castellana -ncia, por derivación fonética: del sciente, la scientia; del lactante, la lactancia; del prudente, la prudencia. E igual con el participio de
futuro: el propio futuro, lo que
habrá de ser (futuro deriva de una raíz irregular del verbo ser, igual que fui,
para el pretérito indefinido); natura,
lo que habrá de ser nacido; cultura, lo
que habrá de ser cultivado, o culto, etc. Hay que escuchar estos aparentes sustantivos en su valor verbal.
9. Para no extendernos más, un
último caso: los sustantivos deverbales construidos mediante la terminación -tio, generalmente a partir del supino
del verbo, que se encuentra en el latín, en castellano sólo en sus derivados,
aunque también a partir del infinitivo. Así, del supino actum, más -tio, la actio, la acción; del verbo genero, la generatio; del supino dictatum,
la dictatio (en castellano, el
dictado, participio de pasado); del verbo moderar,
la moderatio, etc. Tomemos un solo
ejemplo para afinar nuestro oído: decimos la generación del 98, para dar nombre a un conjunto de escritores
vinculados por la edad y las circunstancias de su época, y así escuchamos la
palabra generación en su valor sustantivo; y decimos, por ejemplo, la generación de las plantas, su nacer y crecer,
el generarse una nueva cosecha, donde escuchamos con claridad la palabra en su
valor verbal. O también la nación
española, sustantivo, y la nación de
la camada, verbo (su nacer, su nacimiento,
otro sustantivo deverbal). Sabiendo, no obstante, que ambos sentidos coexisten
al unísono, y que no pueden ser separados, o perderían todo valor semántico.
10. Sólo por curiosidad. Hemos
llamado substancia a la cosa
sustantiva, la que se sostiene al margen de los accidentes, la que es como ente
o como cosa, y no como acción. Sin embargo, substancia es un sustantivo
deverbal derivado del participio de presente substante (lat. substans), igual que ente lo es del latín ens, que traduce el on griego, participio de presente del verbo einai, ser. Paradójicamente, estos nombres eminentes del Ser son también
sustantivos deverbales. En ellos decimos que lo que es está siendo (siente) sin dejar de
ser, y volvemos a la solución eleática: la cosa es en cuanto que le sucede
algo, en este caso, ser.
Por supuesto, el Ser ha sido
nombrado de muchos y diferentes modos históricos, cada uno de ellos determinándolo
de maneras diferentes, y así, ha sido logos
(λόγος, lat. ratio), physis (φύσις, lat. natura), esencia (oὐσία, lat. essentia), τόδε τί (un esto que), y también cosa (lat. causa, ger. ding, eng. thing), realidad (lat.
res), objeto (lat. objectum) o algo (lat. aliquid, un otro que). La metafísica del ente, o de la sustancia, donde la cosa estática es en su dinamismo. De otro modo: la virtud del sustantivo deverbal.