viernes, 3 de abril de 2015

La deriva infinita de la lectura


Umberto Eco, Los límites de la interpretación, Barcelona, Debolsillo, 2013

Si consideramos al autor, la obra y el lector como productos discursivos –textos, cruces de relatos–, la lectura se convierte en un diálogo entre tres matrices estratégicas de producción de significado, cuya conversación tiene un carácter resignificante y crea nuevas matrices que se reintroduzcan en el diálogo cultural. El autor empírico conjetura un lector modelo para el cual diseña la matriz estratégica del texto; el lector empírico conjetura un autor modelo a partir de la matriz del texto. De todos ellos, sólo tenemos el texto, y los tres, al fin, son conjeturas, compendios de significaciones y remisiones legitimadas por la matriz cultural. Muerto el sujeto, nace el personaje como única referencia de realidad construida a través del texto, mientras la conversación se dirime en el terreno de una ecología de los discursos que actúa como contexto. “En la lectura del texto –afirma Eco– hacemos confluir el depósito de interpretaciones previas que la tradición nos ha entregado”. La lectura moviliza ciertos conceptos o ideas del texto que remiten a una enciclopedia común, un mundo simbólico. “En el proceso de semiosis ilimitada se puede ir de un nudo cualquiera a cualquier otro, pero los pasos están controlados por reglas de conexión que, de alguna manera, nuestra historia cultural ha legitimado”, pero también, "el texto más el conocimiento enciclopédico dan el derecho a cualquier lector culto de encontrar esa conexión".

Eco dedica un considerable esfuerzo a formalizar las reglas de la interpretación, pero la metódica de la lectura no es la lógica, sino la analogía, la atención hacia aspectos formales del texto que originan remisiones. Aceptar el procedimiento de la analogía en la interpretación del texto no es diferente de lo que hacemos cuando aceptamos la equivalencia entre significante y significando, entre indicio y objeto, entre palabra y acto o, en la ciencia moderna, entre número y objeto: dos significantes que hablan, el uno del otro, sin decir mas que su nombre, resultantes de una vinculación un tanto caprichosa. Las semejanzas sólo son válidas cuando forman sistema, es decir, cuando se vinculan en una compleja red que les otorga un marco coherente desde algún punto de vista. “Cada semejanza no vale sino por acumulación de todas las demás y debe recorrerse el mundo entero para que la menor de las analogías quede justificada y aparezca al fin como cierta “ (Foucault, Las palabras y las cosas). “Así –concluye Eco, en referencia a la hermenéutica medieval y alquímica–, precisamente en el centro de una metafísica de la correspondencia entre orden de la representación y orden del cosmos, se asiste a una especie de teatro de la deconstrucción y de la deriva infinita”.

En Los límites de la interpretación, Eco se esfuerza por mostrar que no todas las lecturas son posibles, es decir, que no están igualmente autorizadas por la matriz estratégica del texto, el cual impone ciertas reglas de interpretación. Sin embargo, incluso la literalidad encierra ambigüedades –polisemia, connotación– y las reglas nunca son explícitas, sino que deben ser conjeturadas en la (re)lectura, lo cual abre la puerta a la deriva interpretativa como momento necesario para cerrar provisionalmente el sentido del texto. Fiar de la literalidad es aceptar como resultado una tautología que impide el propio suceso feliz de la lectura. Si de la expresión “esto es una oración” sólo podemos extraer que “esto era una oración”, el diálogo autorizado es una simpleza que no ayuda a entender el poder del lenguaje en la construcción de las prácticas sociales, de los mundos posibles, ni siquiera el disfrute de la lectura. La alternativa de considerar el texto como una apertura de sentido es una interpretación de la lectura más enriquecedora que sí nos permite relatar cómo el lenguaje participa de la construcción de nuestros pequeños mundos, aun asumiendo el riesgo de que la deriva ampare el delirio poético como interpretación legítima del texto.



La tabla Esmeralda