lunes, 4 de abril de 2016

Una nueva época, un nuevo hombre, un nuevo pensar

Quizá toda época sea siempre un cambio de época, un presente indefinido que se aleja de algo y se abre para venir a ser de otro modo no previsto. Quizá no todas las épocas hayan vivido con igual intensidad el desasosiego de estar yendo hacia algún tiempo desconocido. En parte, esto recuerda los temores milenaristas y la presión judeocristiana del apocalipsis, que en otras culturas antiguas no es algo que sucederá, sino algo que siempre ha sucedido. Quizá, por fin, cada época sea sencillamente ignorante de su lugar en la historia, puesto que, situados en el fragor de cada momento, sólo podemos pensar desde dentro de la época en que nos ha tocado pensar, sólo pensar lo que puede ser pensando desde ella.

El Heidegger de “La época de la imagen del mundo” era consciente de estar viviendo un cambio de época, que nosotros identificamos con el final de la era de la industrialización, cuando el mundo finalizó su horizonte de descubrimientos, el modelo urbano se instaló entre nosotros definitivamente y se aventuraba la gran amenaza nuclear. Como él mismo analiza en “¿Qué significa pensar?”, fue Nietzsche el primer filósofo que entendió que el hombre anterior era incapaz de pensar la nueva época, aún atrapado en formas de pensamiento propias de una época diferente, y que se anunciaba la llegada de un hombre nuevo. Nietzsche fue, según Heidgger, el primero que pensó al nuevo hombre metafísicamente, es decir, desde las categorías de pensamiento propias de la metafísica, que es, al fin y al cabo, la continuación de la pregunta griega sobre el ente y los modos de ser del ente. Recordemos aquí que la pregunta sobre el ente es la pregunta por el objeto que se presenta ante nosotros como existencia, y que el ser, frente a las interpretaciones posteriores, es la pregunta sobre el “es” de la pregunta sobre “qué es el ente”, es decir, sobre los modos en que el ente, todo ente, es.

Situado en su horizonte epocal, Heidegger afirmaba enigmáticamente que el ser se está desplegando ante nosotros, asentando la idea de la radical imprevisión de toda forma de ser, que no está prevista ni determinada en las categorías existenciales anteriores, sino que aparece como una novedad que se despliega ante nuestros ojos, dentro de la cual estamos a nuestra vez situados, y dentro de la cual sólo no es posible pensar del modo en que sólo nos es posible pensar dentro de ella.

Ha pasado aproximadamente un siglo desde entonces, y nosotros nos reconocemos hoy hijos de nuestra época, como no debería ser de otro modo, y también ilusionados en la empresa de vivir y pensar originalmente una época diferente que apunta hacia futuros imprevistos y que exige ser pensada desde dentro de ella, y no desde las formas de pensamiento propias de los hombres anteriores. La cultura de nuestro tiempo se está escribiendo con ideas propias en casi todos los campos del saber, en el arte, la filosofía, la política, la literatura, y en algunos (no en todos) los campos de las prácticas sociales, las formas de vida en las que nosotros vivimos y pensamos. Nuestra época, curiosamente, ha recuperado el placer por la metafísica desde que la filosofía postmoderna se configuró de la mano de algunos de los grandes pensadores que nos han marcado (aquí, siempre me gusta mencionar la obra de los postestructuralistas, desde Deleuze hasta Lacan, Foucault o Derrida, entre otros), y logró, de algún modo, la ruptura de las grandes categorías y discursos que definían las estructuras intelectuales y sociales de las décadas anteriores. También nosotros seguimos preguntándonos por el hombre (el nuevo hombre, que hoy se dice las nuevas subjetividades), por la realidad y por la historia, y también nosotros tratamos de pensar estas preguntas desde las categorías metafísicas del ente y del ser. No de otra manera se llegan a concebir ideas como la muerte del sujeto, la muerte de la historia, el nomadismo identitario o el fin de los grandes relatos.

Vivir en la filosofía es pensar nuestra época y nuestra situación en el mundo desde las formas de pensamiento de la metafísica tradicional. Vivir en la lógica, o vivir en la palabra, es pensarnos asumiendo que el lenguaje es la figura central de nuestro pensamiento y de nuestro modo de estar en el mundo. Nuestra problemática actual pasa por la reflexión sobre el modo en que el lenguaje define nuestro mundo y nos define a nosotros mismos, sobre el modo en que el lenguaje opera, primariamente como lógica, y después como existencia. De ahí que sintamos necesario concretar cuáles sean estas operaciones o esta nueva lógica que, remedando la lógica antigua, se constituye en el fundamento necesario para todo posible pensar y estar en el mundo. Antes que nada, debemos aprender a pensar, debemos decidir qué significa pensar y cuáles son las operaciones posibles del lenguaje a las que llamamos pensamiento. Hijos de una nueva época que cierra y que se anuncia, debemos aprender a pensar con nuestros propios modos de pensamiento. No de otro modo podremos estar situados correctamente en nuestra época, y entrar a formar parte dignamente de esta magna historia del pensamiento, de la cultura, o del ser que se despliega, en la que tenemos reservado el lugar que nos corresponde. No digan de nosotros que nos dormimos en la ignorancia de nuestro tiempo, presos de un pasado que pasó, sino que afrontamos con entereza intelectual la tarea de volver a pensar por nosotros mismos el mundo que se abre ante nosotros, conscientes de que cada tiempo exige y permite su propia reflexión, que debe ser la nuestra.