Quizá toda época sea siempre un cambio de época, un presente
indefinido que se aleja de algo y se abre para venir a ser de otro modo no
previsto. Quizá no todas las épocas hayan vivido con igual intensidad el
desasosiego de estar yendo hacia algún tiempo desconocido. En parte, esto
recuerda los temores milenaristas y la presión judeocristiana del apocalipsis,
que en otras culturas antiguas no es algo que sucederá, sino algo que siempre
ha sucedido. Quizá, por fin, cada época sea sencillamente ignorante de su lugar
en la historia, puesto que, situados en el fragor de cada momento, sólo podemos
pensar desde dentro de la época en que nos ha tocado pensar, sólo pensar lo que
puede ser pensando desde ella.
El Heidegger de “La época de la imagen del mundo” era
consciente de estar viviendo un cambio de época, que nosotros identificamos con
el final de la era de la industrialización, cuando el mundo finalizó su
horizonte de descubrimientos, el modelo urbano se instaló entre nosotros
definitivamente y se aventuraba la gran amenaza nuclear. Como él mismo analiza
en “¿Qué significa pensar?”, fue Nietzsche el primer filósofo que entendió que
el hombre anterior era incapaz de pensar la nueva época, aún atrapado en formas
de pensamiento propias de una época diferente, y que se anunciaba la llegada de
un hombre nuevo. Nietzsche fue, según Heidgger, el primero que pensó al nuevo
hombre metafísicamente, es decir, desde las categorías de pensamiento propias
de la metafísica, que es, al fin y al cabo, la continuación de la pregunta
griega sobre el ente y los modos de ser del ente. Recordemos aquí que la pregunta
sobre el ente es la pregunta por el objeto que se presenta ante nosotros como
existencia, y que el ser, frente a las interpretaciones posteriores, es la
pregunta sobre el “es” de la pregunta sobre “qué es el ente”, es decir, sobre
los modos en que el ente, todo ente, es.
Situado en su horizonte epocal, Heidegger afirmaba
enigmáticamente que el ser se está desplegando ante nosotros, asentando la idea
de la radical imprevisión de toda forma de ser, que no está prevista ni
determinada en las categorías existenciales anteriores, sino que aparece como
una novedad que se despliega ante nuestros ojos, dentro de la cual estamos a
nuestra vez situados, y dentro de la cual sólo no es posible pensar del modo en
que sólo nos es posible pensar dentro de ella.
Ha pasado aproximadamente un siglo desde entonces, y
nosotros nos reconocemos hoy hijos de nuestra época, como no debería ser de
otro modo, y también ilusionados en la empresa de vivir y pensar originalmente
una época diferente que apunta hacia futuros imprevistos y que exige ser
pensada desde dentro de ella, y no desde las formas de pensamiento propias de
los hombres anteriores. La cultura de nuestro tiempo se está escribiendo con
ideas propias en casi todos los campos del saber, en el arte, la filosofía, la
política, la literatura, y en algunos (no en todos) los campos de las prácticas
sociales, las formas de vida en las que nosotros vivimos y pensamos. Nuestra
época, curiosamente, ha recuperado el placer por la metafísica desde que la
filosofía postmoderna se configuró de la mano de algunos de los grandes
pensadores que nos han marcado (aquí, siempre me gusta mencionar la obra de los
postestructuralistas, desde Deleuze hasta Lacan, Foucault o Derrida, entre
otros), y logró, de algún modo, la ruptura de las grandes categorías y
discursos que definían las estructuras intelectuales y sociales de las décadas
anteriores. También nosotros seguimos preguntándonos por el hombre (el nuevo
hombre, que hoy se dice las nuevas subjetividades), por la realidad y por la
historia, y también nosotros tratamos de pensar estas preguntas desde las
categorías metafísicas del ente y del ser. No de otra manera se llegan a concebir
ideas como la muerte del sujeto, la muerte de la historia, el nomadismo
identitario o el fin de los grandes relatos.
Vivir en la filosofía es pensar nuestra época y nuestra situación en el mundo desde las formas de pensamiento de la metafísica tradicional. Vivir en la lógica, o vivir en la palabra, es pensarnos asumiendo que el lenguaje es la figura central de nuestro pensamiento y de nuestro modo de estar en el mundo. Nuestra problemática actual pasa por la reflexión sobre el modo en que el lenguaje define nuestro mundo y nos define a nosotros mismos, sobre el modo en que el lenguaje opera, primariamente como lógica, y después como existencia. De ahí que sintamos necesario concretar cuáles sean estas operaciones o esta nueva lógica que, remedando la lógica antigua, se constituye en el fundamento necesario para todo posible pensar y estar en el mundo. Antes que nada, debemos aprender a pensar, debemos decidir qué significa pensar y cuáles son las operaciones posibles del lenguaje a las que llamamos pensamiento. Hijos de una nueva época que cierra y que se anuncia, debemos aprender a pensar con nuestros propios modos de pensamiento. No de otro modo podremos estar situados correctamente en nuestra época, y entrar a formar parte dignamente de esta magna historia del pensamiento, de la cultura, o del ser que se despliega, en la que tenemos reservado el lugar que nos corresponde. No digan de nosotros que nos dormimos en la ignorancia de nuestro tiempo, presos de un pasado que pasó, sino que afrontamos con entereza intelectual la tarea de volver a pensar por nosotros mismos el mundo que se abre ante nosotros, conscientes de que cada tiempo exige y permite su propia reflexión, que debe ser la nuestra.
Vivir en la filosofía es pensar nuestra época y nuestra situación en el mundo desde las formas de pensamiento de la metafísica tradicional. Vivir en la lógica, o vivir en la palabra, es pensarnos asumiendo que el lenguaje es la figura central de nuestro pensamiento y de nuestro modo de estar en el mundo. Nuestra problemática actual pasa por la reflexión sobre el modo en que el lenguaje define nuestro mundo y nos define a nosotros mismos, sobre el modo en que el lenguaje opera, primariamente como lógica, y después como existencia. De ahí que sintamos necesario concretar cuáles sean estas operaciones o esta nueva lógica que, remedando la lógica antigua, se constituye en el fundamento necesario para todo posible pensar y estar en el mundo. Antes que nada, debemos aprender a pensar, debemos decidir qué significa pensar y cuáles son las operaciones posibles del lenguaje a las que llamamos pensamiento. Hijos de una nueva época que cierra y que se anuncia, debemos aprender a pensar con nuestros propios modos de pensamiento. No de otro modo podremos estar situados correctamente en nuestra época, y entrar a formar parte dignamente de esta magna historia del pensamiento, de la cultura, o del ser que se despliega, en la que tenemos reservado el lugar que nos corresponde. No digan de nosotros que nos dormimos en la ignorancia de nuestro tiempo, presos de un pasado que pasó, sino que afrontamos con entereza intelectual la tarea de volver a pensar por nosotros mismos el mundo que se abre ante nosotros, conscientes de que cada tiempo exige y permite su propia reflexión, que debe ser la nuestra.