martes, 31 de marzo de 2020

La actitud como cualidad del acto (I)

No sé si de algo sirven las etimologías, aunque las uso con frecuencia para ayudarme a pensar, dado que el acceso a la semántica de las palabras de otro tiempo necesita no sólo del recuerdo que nos trae el diccionario, como herencia de lo que fue, sino de ir hasta aquel entonces para encontrar en los contextos oracionales o discursivos en los que las palabras fueron utilizadas, es decir, con qué otras palabras y, sobre todo, contra qué otras palabras, se utilizaron. Esta es la distinción básica entre diacronía y sincronía, introducida por Saussure en su famoso Curso, y que, con estricta exigencia lógica, Hjemslev reclama para un verdadero estructuralismo lingüístico. Aun así, asumo el riesgo, no de volver al pasado, sino de traer al presente, y subrayar, para entender nuestras palabras de hoy, lo que los componentes lexemáticos de las mismas siguen diciendo. Lo que me interesa es ir a las palabras, a ver qué dicen, o a ver qué escucho en ellas, y ver si lo que escucho interesa para nuestra reflexión teórica.

La que hoy me interesa aquí, en concreto, es “actitud”, un término que, prácticamente desde sus orígenes en la investigación sociológica, se presume cognitivo, algo así como una disposición mental previa, mezcla confusa de creencias y emociones, con lo que ya tampoco se entiende bien lo que la palabra “disposición” significa, que no es el modo en que uno anticipa lo que ha de sucederle (esto sería, etimológicamente, “expectativa”), sino el modo en que está ya dis-puesto (dis-positiō) para la acción, igual que decimos, con el diccionario, que la sala está dispuesta, y no nos referimos con ello a que ya la tenemos pensada por anticipado, sino a que está ya preparada, cada cosa en su sitio, para recibir a los invitados [i]. En la voz positiō resuena lo que está ahí puesto por mí, el pōnō presente de indicativo, más el sufijo -tiō, el cual forma, a partir de verbos, sustantivos relacionados con la acción o el resultado de la acción; no con los antecedentes de la acción, sino con la acción misma y con su resultado. Es decir, que yo interpretaría la “disposición” como la condición a priori, entendiendo el apriorismo no en un sentido de temporalidad lineal, como si fuera un antecedente de orden causativo, sino en un sentido kantiano, como la condición que está necesariamente presente en todo momento para que suceda aquello que está sucediendo. Así, por ejemplo, que el espacio es condición a priori de la sensibilidad no significa que haya de existir un espacio abstracto, en blanco o vacío previo al mundo que en él tendrá lugar, sino que el espacio es la condición (sine qua non) que está presente necesariamente en todo momento, en acto real de sensación, aquí y ahora, para que el mundo siga sucediendo espacialmente ante mi vista. Del mismo modo, la “disposición” sería el modo en que estamos (dis)puestos aquí y ahora, en todo momento, para que haya acción o acto, para que nuestro comportamiento siga sucediendo del modo en que la disposición dispone o ha dispuesto. Quizá la confusión venga de que también disponemos con anterioridad las decisiones, como cuando vamos a emprender viaje, y disponemos que, mañana, la casa quede cerrada, que el uno quede al cargo, o que el otro nos lleve a la estación, pero disponemos las decisiones en acto de decidir, las tomamos efectivamente, y no las disponemos antes de disponerlas, idea que, por lo demás, resultaría un tanto extraña.

Igualmente, nuestra “actitud” incluye el mismo valor perfectivo, del latín āctus, dativo y ablativo de acto, que es participio de pasado perfecto del indicativo agō, primera persona del presente de indicativo, “yo hago”. Igual que nuestro participio castellano, el āctus es lo sucedido, lo terminado (perfecto), no lo que se esperaba, que sería más bien un participio de futuro, āctūrus. Ítem más, el término “actitud” incluye, a través de su antecesor aptitūdō, el sufjio -tūdō, que forma nombres abstractos que indican estado o condición. Insisto, condición en un sentido kantiano, y no en el de una temporalidad lineal asimilable a la idea de causa. El mismo sufijo que nos da, por ejemplo, “magnitud”, que no es lo que hay antes de la cantidad, sino la grandeza presente en el objeto que medimos. Si la “plenitud”, por poner otro ejemplo, es la condición de lo pleno, y no algo anterior que fuera necesario para que lo pleno sea tal, no veo porque “actitud” no deba ser, paralelamente, la cualidad del acto, el modo característico en que la acción es actuada, y no otra cosa diferente. Yendo a lo simple de nuestras vidas. Creo que aporta comprensión al asunto el pensar en una expresión castiza del tipo “fulano muestra una actitud chulesca”, o “displicente”, o “agresiva”, o lo que fuere, y con ello no nos referimos a ninguna anticipación imaginaria, cognitiva o emotiva de la acción, sino al estado de ánimo que preside su actuación, al modo manifiesto y visible que califica y da color a su actuación desde su mismo comienzo y en todo momento. Su chulería no nos habla de cómo pensaba la persona realizar su actuación, sino del modo concreto y específico en que la realiza aquí y ahora, en presente de indicativo, o del modo concreto y especifico en que la ha realizado, en pasado perfecto. Que la palabra sea abstracta no nos remite a un pasado imaginario desde el que viene el acto ya realizado de antemano, sólo da nombre a lo que vemos de manera genérica en la actuación presente.

En conclusión, que yo definiría la actitud como el modo en que el sujeto está comprometido en su actuación, mientras la realiza, y no apelaría en ningún modo a una supuesta anticipación mental que los psicólogos, en su más pura y coherente tradición subjetivista, remontan a un fantasmal interior mentalista que quiere explicar el comportamiento ¡antes de que el comportamiento suceda! No ha lugar a esta atribución fantasmal, a este dar por supuesto lo que aún no está puesto. Si lo que nos interesa es el comportamiento, fijémonos pues en el comportamiento, en las decisiones que se tomen, en las acciones que se realicen, y no en la historia previa de la persona, ni en sus previsiones, que no nos dicen lo que sucederá, ni nos explican el comportamiento más que a toro pasado, cuando miramos hacia atrás, y decimos, con sabiduría de lechuzo, aquello de “se esperaba” o “ya se veía venir”. Lo que anticipa el sujeto racional consciente, y siempre de un modo aventurado, es el futuro, el fin o concepto de su actuación, el estado ideal hacia el que tendemos como proyecto que da sentido a la actuación. Pero la actuación no se piensa, sino que se actúa, o no será actuación, sino pensar, que no es lo mismo. Igual que no daríamos crédito sin más, siendo sensatos, a lo que el soldado declara sobre su valentía antes de marchar al frente, sino que ya veremos en su acción si su actitud es, o fue, valiente o temerosa. Sólo entonces juzgaremos su valor, y nunca antes, pues, como dice el buen Sancho, con actitud villana y torpe, del dicho al hecho hay gran trecho, y más vale un toma que dos te daré, y no con quien naces, sino con quien paces. En fin, que dados a lanzar ocurrencias, también sé yo, como el Quijote, arrojar refranes como llovidos del cielo, y vámonos a comer, que creo que ya estos señores nos aguardan.

Y con todo esto no quiero enmendar la plana a quienes piensan de otro modo, que son la mayoría, por no decir la totalidad, sino señalar que la palabra dice lo que dice, y que, si quieren decir cosa distinta, que harán bien en buscar otra palabra que mejor les convenga.


[i] Todas las referencias etimológicas están tomadas de la web online Wiktionary..