miércoles, 1 de abril de 2020

La actitud como cualidad del acto (II)

La preocupación de los colegas de las ciencias sociales, cuando acuden al concepto de actitud, es la predicción de la conducta. Aunque la historia de los estudios que sus antecesores han realizado al respecto debiera llevar a desengañarles del intento, no cejan de él, sino que lo conservan veladamente tras el objetivo de la explicación causal del comportamiento. Traducido a un lenguaje común, esto significa que andan siempre buscando cuáles puedan ser los antecedentes, de orden psíquico o social (como si ambos órdenes fueran distintos, y no dos caras de la misma moneda), que nos permitirían adivinar, a grandes rasgos, cuáles serán las tendencias de comportamiento de una masa de individuos específicos. El sueño del ingeniero social aún no ha terminado, y se intuye con facilidad que el marketing comercial y el marketing político sean los más interesados en disponer de este conocimiento. No importa, demos por buena la buena intención científica del explicar para comprender, y no para controlar, aunque nos guardemos siempre la carta de sospechar de tan buenas intenciones y de tan ingenuos aprendices de doblepensador. Lo que se nos antoja inaceptable de esta pretensión es la extraña idea de que el comportamiento pueda estar determinado antes de suceder, es decir, que se le nieguen al individuo los márgenes de libertad para decidir sobre la marcha cuál haya de ser su comportamiento, en función del desarrollo de las situaciones y de cómo estas comprometan su vida y sus intereses. No nos parece que esta suerte de mecanicismo ramplón, tan querido a las ciencias humanas que se quieren naturales, y que apreciamos tanto en las explicaciones de orden biográfico (uno es según su historia personal o cultural) como biológico (uno es según sus cadenas proteicas o sus conexiones neuroquímicas), pueda ser sostenido sin más, sin que notemos que se le hurta al individuo la libertad de acción, la posibilidad de reflexión continua, la consciencia, la inteligencia para comprender y decidir, y la capacidad ética de preguntarse en todo momento cuál haya de ser su comportamiento, para obrar en consecuencia. Se renueva el dictum de Fichte: debemos elegir entre libertad o ciencia, pues la ciencia oficial se quiere por definición determinista, y me temo que no cabe un concepto de libertad personal bajo una forma de comprensión determinista del ser humano.

Volvamos al concepto de actitud. Se plantea entonces que la predicción o explicación del comportamiento venga acaso de una triple consideración: lo que la persona piensa ante determinada situación por venir, los afectos que esta anticipación despierta en ella, y los comportamientos que, en principio, ella misma piensa que realizará llegado el caso. Evidentemente, no vemos por ningún sitio el concepto de actitud que aquí hemos propuesto, y no lo vemos por dos razones: la principal, porque el comportamiento aún no está sucediendo en presente de indicativo y, por lo tanto, no hay motivo para hablar sobre la coloración cualitativa con que la persona lo estará realizando; y una secundaria, porque nuestros propios colegas reducen la actitud a una consideración mínima, a saber, la orientación “emocional” difusa [i] que la combinación aritmética (sí, aritmética, pues para ellos se averigua echando las cuentas de las matrices de la varianza estadística) dará como resultado en la anticipación que el propio individuo realiza de su futuro comportamiento. De este modo, la actitud queda reducida a su expresión mínima: positivo o negativo, Barcelona o Real Madrid, derechas o izquierdas, aceptación o rechazo, bueno o malo, bendiciendo científicamente la simplificada toma de posición que tanto nos espanta comprobar cuando nuestros conciudadanos filtran toda información, toda decisión y todo juicio mediante un simple rasero binario: conmigo o contra mí, sin matices, sin concesiones, sin pensamiento, con torpeza ignorante y evidente mala fe. Pero, incluso si diéramos por bueno el valor conceptual de esta idea de actitud traída a menos, apreciamos que la coloración cualitativa del comportamiento, reducida a la simpleza del positivo o negativo, deja de lado la inmensa cantidad de matices que el idioma nos brinda en los muchos adjetivos (“…se dirigió con una actitud sana, lógica, estúpida, valerosa…”), los participios de pasado y de presente (“…con actitud alocada, afectada, pausada, acelerada…, valiente, intransigente, constante, inteligente…”), e incluso las variadísimas opciones de las formas de relativo (“…con actitud que despierta admiración, que nos eleva, que nos extraña…”). Díganme, siendo serios, dónde queda lo positivo y lo negativo en este inmenso repositorio de adjetivaciones posibles para cualificar el comportamiento, si no es en la torpe simplificación del lenguaje iletrado de la calle, que desconoce los tantos matices, o, al menos con una cierta sutileza conceptual, en la clásica posición de William James, que requiere que, más allá de esta inicial y difusa sensación interna de euforia o desasosiego, quede en manos de la propia persona el interpretar sus sensaciones, acorde con la situación y la marcha racional de sus proyectos de acción, para dar color a sus reacciones literalmente viscerales, y alcanzar con ello el verdadero carácter personal y culto de la experiencia emocional.

En fin, que, para nuestros colegas, la actitud vendría a ser esta suerte de intermediario difuso y simplificado que quedaría situado entre el cómputo de la historia personal antecedente y la previsión del comportamiento futuro. Con ello, se desaparece por completo el matiz cualitativo del comportamiento efectivo, lo que aquí estoy llamando actitud con mayor propiedad semántica. Cerrando el círculo de la mecanización iletrada, el comportamiento quedaría como un frío desencadenarse de una acción que no tiene meta, sino antecedente; que no tiene matices, sino componentes; que no tiene distingos, sino similitudes rutinarias. Así, por ejemplo, diríamos que los variados individuos comerán los mismo cereales por la mañana, o votarán idéntica opción política, sin distinguir, en términos de actitud, que uno los comerá con desgana, y el otro con deleite, que uno los comerá preocupado por su salud, y el otro ansioso por terminar y marcharse; o que todo voto será el mismo voto, todos fascistas, todos comunistas, sin considerar que uno votará denunciando el statu quo, otro paranoico de sus enemigos imaginarios (o no), otro por hartazgo, y otro quizá porque le obliguen. Todos los adjetivos se reducen a dos, al binarismo pueril del me gusta-no me gusta (like, dislike, como de red social con caritas, pero sólo dos), y toda la ciencia de los estudios actitudinales se reduce al final a tratar de predecir lo único que parece importar al ingeniero social que todos llevamos dentro, vota o no vota, compra o no compra, acepta o se rebela, deseosos de cambiar el mundo, de “cambiar actitudes”, sin que importe lo que las personas tengan que proponer, que crear, que matizar, que aportar, más allá de la simple aceptación o el simple rechazo, ejercicio de ingeniería que, no sé lo que ustedes pensarán de él, para mí sólo es establecer con firmeza científica la sumisión del individuo a los dictados de todos estos maquiavelos de pacotilla, predictores de tendencias, analistas de la masa despersonalizada, asesores desavisados de pequeños y terribles dictadores en potencia.

Dirán que exagero, y no me importa. Esto, amén de una reflexión conceptual, también es un ejercicio retórico para llamar la atención sobre lo que a mí, personalmente, no me convence en absoluto, y me parece por demás equivocado. Si son ustedes capaces de disculpar mis efusiones retóricas, quédense con esta cuestión, que entiendo ser la crucial: que no se trata de saber cuál es, o será, la actitud ante lo que vendrá, sino de comprender y convivir con la multiplicidad de actitudes y pareceres que ya están aquí.


[i] No quiero interrumpir tanto la redacción del texto. Donde dicen “emocional”, otras veces usan “evaluativa/valorativa” o “afectiva”, como si estos términos fueran sinónimos, y no conceptos perfectamente distinguibles, con lo que no se sabe muy bien qué están proponiendo, salvo la cuestión binaria y genérica de la aceptación o el rechazo, que a continuación se trata.