viernes, 14 de julio de 2017

El motivo

Mi voluntad siempre está dispuesta y animosa, sólo le falta el motivo.

Ningún artista improvisa. Aunque los más achaquen la creación al genio o al confuso problema de la inspiración, el artista escoge cuidadosamente el tema de su obra, o deja que el motivo sea sugerido en las primeras pinceladas algo azarosas del boceto o en la música inesperada de un primer verso. El tema siempre es común, hemos heredado pautas narrativas, géneros, estilos pictóricos, temáticas ornamentales o motivos míticos, todos ellos cargados de una rica variedad de elementos formales a nuestra disposición, así que el motivo, o tema cultural compartido, nos brinda el marco de sentido desde el cual crear la nueva obra, que siempre es de algún modo la mera recreación novedosa de lo que ya era comprendido de antemano. No existe el arte bruto, el artista copia de sus maestros, sumidos ellos en la corriente histórica de las formas artísticas, y nosotros dispuestos a navegar en sus aguas, a ser llevados en volandas desde ellas hasta la lectura, que siempre está abierta pero no puede escapar con facilidad de los marcos previstos por la cultura, o sólo escapa para ir a ningún sitio, a los espacios desconocidos carentes de significación.

El motivo, que presta los elementos, los modos y el sentido, es el despliegue de las formas comunes en las que podemos incorporarnos. La actividad poética consiste en decir lo mismo de maneras diferentes, buscar a tientas en las formas previstas la conclusión imprevista, cuya novedad no impide ser reconocida, precisamente porque no deja de girar en torno al motivo compartido. El motivo intitula la obra antes de que la pongamos nombre. El motivo es lo que nos mueve –motu, movimiento–. La confusión personalista ha reinterpretado el concepto estético del motivo para asumir que es antes la motivación que el tema, como si el verdadero movimiento fuera antes del movimiento, cuando es a todas luces evidente que la acción sin tema es mera voluntad inintencionada, libre en su apertura a todas las posibilidades, pero ciega en su falta de orientación, es decir, desmotivada. Y así, suponen que la motivación es una estructura que dicen cognitiva o afectiva (psíquica), una estructura biográfica atada a la cadena histórica de los significantes privados del sujeto discursivo, o, en el extremo del absurdo, una tensión irresuelta entre estructuras neurológicas estables, una energética de neuronas muertas que han dejado de vivir para repetirse siempre igual cuando su operación se dispara por influjo de la magia eléctrica de la química cerebral. Ya Heidegger avisaba de la curiosa deriva de la palabra “causa” (thing, en las lenguas germánicas), que originalmente era el tema en disputa, el asunto en litigio, el punto sobre el cual la asamblea debía dirimir. La causa no es el antecedente ciego y sin sentido, el detonante, sino el marco dentro del cual desarrollaremos la conversación, el proceso de diálogo o el proceso creativo, hasta llegar a la conclusión, al compromiso, a la decisión o al fin de la obra. La causa es condición necesaria, pero no antecedente, sino presente continuo, libro de registro y anuncio de un final. La causa es el motivo que nos convoca, en el que debemos penetrar a tientas para ir dando forma al discurso poético e ingresar nuestra conclusión en la corriente pública de la historia, en los anaqueles de la biblioteca compartida o en los libros de actas, registrados como ejemplos puntuales del motivo, nuevos casos para ilustrar un tema que siempre es antiguo, porque siempre lo son las claves de la lectura, cuya imaginación no improvisa, sino que desbarra poniendo en relación el amplio abanico de los motivos formales (temáticos) en los que hemos crecido, o ingresado, y en los que de continuo vivimos. La lectura sólo es otra forma de escritura (Barthes).

Motivados, nos arrojamos de vuelta al mundo, atareados, distraídos en el divertimento inocuo de la vida, sin reparar en que pronto no quedará de nosotros sino el producto, la huella, la memoria de lo que no se sabe bien que fuimos, y de la cual los otros se apropiarán para motivar sus propias vidas, todos reunidos en el impersonal de la cultura, que somos todos, aunque ella nos deje atrás. Seremos en el mito cultural, y nuestra voluntad motivada dirá de nosotros que fuimos libres, origen por primera vez, mientras nos ata a lo que nunca dijimos, a lo que dirán que dijimos, sin derecho a réplica. A cambio de un motivo, entregamos a la cultura el fruto de nuestro trabajo, ocultando en él que una vez fuimos libres.

Estar motivado es disponer de un motivo en el que introducirnos para empezar a ser, sin que los avatares del recorrido, la travesía incierta, el proceso abierto, estén previstos, aunque todos los comprendamos en su despliegue, pues todos estamos situados en los mismos temas compartidos. Estar motivado es entrar en el juego del motivo, que pro-pone las reglas y las piezas del tablero, y así reiniciar la partida, que siempre es diferentemente igual. En otro orden de cosas, necesitamos del lenguaje para poder hablarnos, necesitamos de los géneros literarios para traer a la vida a los personajes, necesitamos de los motivos poéticos para convertir nuestras pequeñas vidas en un drama pasional, un canto a la soledad o la ternura lírica de las manos que se ausentan.