Para sostenerse, la cultura inmaterial requiere ser encarnada en los objetos y las personas, en las acciones y las palabras. Nadie pronuncia en su vida todas las palabras de la lengua, nadie realiza todas las prácticas de su cultura. No hace falta, somos muchos. Basta con que cada uno realice determinadas pequeñas parcelas de la vida en común, para que cada una de estas parcelas contribuya a sostener el complejo entramado de la totalidad cultural. Todos a la vez en un presente global que no cesa. Cada persona debe hacer por sí muy poco, pequeños esfuerzos a su alcance. Como cualquiera de los restantes objetos de nuestro mundo simbólico, sólo invoca una palabra, o apenas unas pocas, y participa sólo en una o en unas pocas prácticas, incluso con aportaciones mínimas y sencillas. Así, la cultura, depósito invisible de supuestos y voces mudas, se conserva mientras, y sólo mientras, se realiza, mientras se deposita aquí y allá, en los innumerables aquí y allá, estos y aquellos, de nuestro mundo compartido. Lo que no se repite se olvida, sea en las prácticas o en las ideas.
Del mismo modo, basta con que uno piense y comunique una nueva idea, para que la cultura compartida la haya pensado, y así estar disponible para que todos y cada uno podamos pensarla también. En el extremo fantasioso de la cultura como pensamiento, basta con que la posibilidad de llegar a pensar la nueva idea exista, para que el sujeto lógico de la cultura ya la haya pensado, y así, es el concepto el que piensa y dice, sin esperar persona que realice lo que ya estaba predicho en él. En la fantasía borgiana de un metafísico universo poblado de entidades lógicas, las ideas dialogan entre sí, y se bifurcan en posibilidades infinitas, incluso en la asombrosa posibilidad de que el concepto se piense a sí mismo, se ensimisme y se anule, y ya sepa desde siempre cómo termina todo.
Del mismo modo, basta con que uno piense y comunique una nueva idea, para que la cultura compartida la haya pensado, y así estar disponible para que todos y cada uno podamos pensarla también. En el extremo fantasioso de la cultura como pensamiento, basta con que la posibilidad de llegar a pensar la nueva idea exista, para que el sujeto lógico de la cultura ya la haya pensado, y así, es el concepto el que piensa y dice, sin esperar persona que realice lo que ya estaba predicho en él. En la fantasía borgiana de un metafísico universo poblado de entidades lógicas, las ideas dialogan entre sí, y se bifurcan en posibilidades infinitas, incluso en la asombrosa posibilidad de que el concepto se piense a sí mismo, se ensimisme y se anule, y ya sepa desde siempre cómo termina todo.